Los cineastas conversaron recientemente sobre las ciudades surgidas y representadas en sus filmografías, en contraste con las películas de la época de los 80, las cuales consideraron que no reflejaban la realidad del país. Por esta razón, se trazaron la tarea de retratarla y de hacer del cine un trabajo con visión ética y crítica de nuestra nación. Ambos compartieron sus apreciaciones y recordaron anécdotas de sus producciones.
Los dos son antioqueños. Sergio Cabrera nació en 1950 y Víctor Gaviria, en 1955. Sin embargo, uno ha vivido en Bogotá y el otro en Medellín. Gaviria comenzó a tener acercamientos con la capital colombiana desde el cine. Alguna vez estuvo en Ciudad Bolívar cuando se rodó “Padre por accidente”, dirigida por Cabrera y recuerda que la gente se acercaba a mirar. Para él, cuenta, era ver dos películas al mismo tiempo.
También, con Cabrera, iniciando los años 80, vio películas de José María Arzuaga como “Pasado el meridiano”. A Gaviria le resultó que ese era el punto de partida del cine colombiano para entender la ciudad y romper ciertos esquemas del cine comercial que, afirma, se suponía, era de comedia: “Los entornos no eran muy tomados en serio. Era un cine que, de todas maneras, estaba muy lejos de cualquier tipo de neorrealismo y nosotros queríamos comunicar ese paisaje real físico de nuestras ciudades con los personajes. Había una brecha muy grande entre ellos y la locación. Queríamos que las imágenes también nos hablaran de esos mundos”.
En Medellín entre los 80 y 90 había “gente de teatro”, según Gaviria. Él cuenta que se “asustó” cuando hizo las primeras pruebas con grupos, porque vio que hacían una actuación muy demostrativa. Fue cuando eligió entonces trabajar con actores naturales. Cabrera considera el cine de Gaviria como poético y sensible, por lo que los personajes que emplea son “caldo de cultivo” para crear y sacar adelante las historias.
Para Gaviria, un ejemplo de un punto de partida es su cortometraje “Los habitantes de la noche” porque le gustan las personas espontáneas, empáticas, “habladoras de carreta” y con horizonte del mundo popular.
A Cabrera, por el contrario, se le ha dado una manera de hacer cine con asiento en las historias “ficcionadas”. No obstante, eso no le quitó la posibilidad de que sus películas tuvieran un sentido político, es decir, que fueran herramientas de transmisión de ideas, de temores o de esperanzas, además de emociones. Cabrera reconoce que ambas formas son maneras de interesarse por la sociedad desde diferentes ángulos y empleando distintas herramientas.
Por ejemplo, una película valiosa para Cabrera fue “Técnicas de duelo: una cuestión de honor”, de la que fue director. Su guion, al igual que el del largometraje “La estrategia del caracol”, que también dirigió, surgió de una conversación que el guionista escuchó en un pueblo. Esa específicamente es para él un retrato de Colombia y “aunque prácticamente nadie lo leyó así”, el resultado del trabajo lo dejó satisfecho.
Las películas que hicieron ambos cineastas hace más de 30 años se han convertido en fragmentos de la lectura del mundo popular o de la nación y, luego, en fragmentos de discursos en frases cotidianas que han regresado para alimentar los discursos y la palabra popular, que es algo para destacar, según el moderador de la conversación Óscar Calvo Isaza, historiador y profesor del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la UNAL Medellín.
Los cambios y las evoluciones
Bogotá y Medellín fueron los escenarios donde hicieron cine desde 1980. En ese entonces, cuenta Gaviria, no había propiamente en la capital antioqueña un grupo de cineastas consolidado, sino que fueron los entusiastas de la realización quienes empezaron a dar “los primeros pinitos”.
“Sergio llegó muy bien montado como fotógrafo y en él vimos la posibilidad de aprender y cualificar nuestro aprendizaje”, cuenta Gaviria. Cabrera reconoce que si se hubiese quedado en Medellín habría terminado trabajando con él, dada la admiración por su trabajo.
Y alguna vez lo hicieron. Cabrera inició su carrera como director de fotografía. Él mismo cuenta que para la época había más “magia” que ahora, en el sentido en que las únicas personas que conocían el contenido de los rodajes eran el operador de cámara y el director de fotografía. Era una época en la que los directores de las películas también tenían interés en ese rol, teniendo en cuenta que era un punto débil y se podía aprender de los errores si no se conocía bien el oficio. Parte de su tarea, dice, “fue convencer a Víctor de que esto no tenía ningún misterio, que le perdiera el miedo a las cámaras grandes”, pues él grababa en formato Súper 8, un tipo de película pensada para el mercado de aficionados.
Añade que: “Era una época en que era muy difícil rodar y tener equipos para hacer pruebas. Para hacer un cortometraje se necesitaba muchísimo dinero. Hoy en día, con la revolución digital, cualquiera puede experimentar y hacer ensayos antes de meterse en el proyecto final. Cuando nosotros empezamos había que meterse al proyecto final sin hacer pruebas, éramos muy arriesgados, porque la garantía del resultado no existía”. Para Gaviria, ahora hay mayor planeación y una formación más coherente y organizada.
Las reflexiones de los cineastas tuvieron espacio en la charla “Pa’ qué zapatos si no hay casa: ahí tienen su hijueputa casa pintada”, que es parte de una serie de eventos para rendir homenaje a Gaviria, organizados por la UNAL Medellín y la Universidad de Antioquia con el apoyo de la Corporación Interuniversitaria de Servicios (CIS), Confiar Cooperativa Financiera, El Águila Descalza, el Museo Casa de la Memoria, el Centro Colombo Americano y el Instituto Universitario ITM.
La conversación fue emitida en el canal regional Teleantioquia y transmitida en directo en el canal de YouTube de la Universidad de Antioquia. Si desea escuchar la charla, lo puede hacer aquí.
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(FIN/KGG)
13 de junio de 2024