Por: Killy Alejandra Gutiérrez Guzmán
Mujeres mineras del municipio de Andes y la subregión del Bajo Cauca antioqueño han participado en talleres de cocreación con visión de género impartidos por ingenieros de minas y profesores de la UNAL Medellín. Uno de los temas claves es el deseo de alternativas de sustento. Es una estrategia de empoderamiento para contribuir al mejoramiento de su calidad de vida.
Para Aida Luz Mosquera uno de los desafíos como mujer minera artesanal de Zaragoza (Antioquia) es no obtener los resultados esperados cada día, y “que las mujeres deben ser muy berraquitas y parárseles a los hombres de tú a tú. Uno a veces dice, ahí no entro, porque ellos no te dan la oportunidad. En ese momento no ven que las mujeres tienen hijos, hogar por sostener, y no lo respetan”.
Ella lo dice en un video y pone en evidencia la necesidad de diversificar la economía y de vincularla a otras actividades coexistentes en los territorios, dada la informalidad de la minería artesanal e inestabilidad para las mujeres. Es por eso que desde 2019 se realizan talleres de cocreación, como parte del proyecto de Desarrollo de capacidades creativas para artesanos y mineros de pequeña escala del MITD-Lab, un convenio entre el departamento de innovación social del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT por sus siglas en inglés) y la UNAL Medellín.
Han participado líderes comunitarias, mayoritariamente, que han creado soluciones por medio de ciclos de diseño, traducidos en la aplicación de capacidades y conocimientos propios de sus contextos, recopilación de información, elaboración de prototipos, verificación y retroalimentación.
Una de las iniciativas exitosas es la optimización de una especie de cajón usado para la minería de barequeo que normalmente es muy pesado para las mujeres. Entonces, las participantes elaboraron uno con plástico reciclado, cuenta María Margarita Gamarra, ingeniera de minas y metalurgia, y coordinadora regional del Proyecto. “Eso genera un impacto que ni siquiera se puede medir con indicadores”, dice.
Los talleres les dan la oportunidad de empoderarse y de reconocer sus capacidades: normalmente las mujeres mineras a las que se les rompían las bateas las pegaban con cinta, luego de las capacitaciones han podido ingresar en un taller, usar serrucho o poner soldadura. Se les han otorgado espacios para resolver problemas asociados al oficio, y también posibilidades para “creérsela (su labor minera), algo muy chévere”, añade.
Durante los tres años en los que se ejecutó el proyecto se elaboraron unos 200 prototipos en 20 comunidades. Fueron distintos y basados en estrategias para atender, en la mayoría de los casos, pequeños problemas para los cuales los desarrollos significan grandes soluciones. Algunos ejemplos: una pirámide de bananos para evitar que roedores los consuman y un filtro de agua.
Gamarra llama la atención sobre la generalidad de que “los proyectos se basan en hacer súper artefactos, grandes y maravillosos para las comunidades, pero después nos vamos (los tutores) y ya ellos no los saben manejar”. Al involucrarlas toman elementos del entorno, como tubos de PVC o de papel higiénico, apropian los desarrollos más fácilmente y, a la vez, se deja capacidad instalada en los territorios.
Creatividad
El proyecto también buscó conducir las capacidades a los negocios y las acciones derivadas se pensaron a la medida: no fue necesario saber leer o escribir para trabajar en las ideas de emprendimiento.
¿Cómo les explicaron conceptos como costos o presupuestos? viendo, escuchando, haciendo, menciona Gamarra. Fue satisfactorio y retador; las mujeres no se habían dedicado a otro oficio, solo a la minería. Las historias fueron poderosas, en especial una: la de doña Esperanza, quien consolidó su negocio de empanadas, y aunque el objetivo no era montar microempresas, su ejemplo fue guía y modelo, de ahí surgió la iniciativa de aprovechar plátanos que se desperdician para preparar y comercializar colada.
Si bien el convenio fue financiado por el MIT, su naturaleza y su propósito se enmarca en un proyecto más amplio: Mujeres Mineras Unidas con Colombia, de aproximación socio-técnica, que ha trabajado el programa Ingeniería Humanitaria Colombia —creado hace varios años en la Facultad de Minas de la UNAL Medellín— junto con la Escuela de Minas de Colorado (Estados Unidos).
El programa fue gestado para retribuir a comunidades, porque “las actividades de ingeniería tienen afectación en ellas”, según Óscar Jaime Restrepo Baena, profesor del Departamento de Materiales y Minerales de la Facultad de Minas de la Sede, para quien el impacto social y económico de las iniciativas ha existido, y lo que se está haciendo ahora es visibilizarlo.
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(FIN/Unimedios Medellín)
*Este artículo fue publicado el primer semestre de 2023, en la primera edición de la Separata Órbitas UNAL.
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