El legado del profesor Ariel Marcel Tarazona Morales no muere. La UNAL Medellín lo recuerda y le agradece. Con regocijo lo manifestaron recientemente sus colegas, docentes del Departamento de Producción Animal, al que él estaba adscrito. También lo homenajearon familiares, amigos y estudiantes en quienes dejó aprendizajes no solo para sus carreras profesionales sino para sus vidas mismas.
Al profesor Ariel lo iluminaban rayos que parecían entrar por una ventana mientras él miraba al horizonte. Sobre él y su alrededor, mucha luz. Así era la foto suya que se proyectaba en la pantalla al fondo del auditorio, donde se dieron cita para homenajearlo las personas que se iban encontrando en un abrazo.
Los colores y los estampados en las vestimentas para celebrar su alegría, la música, los aplausos y las palabras bondadosas fueron regalos que los asistentes le entregaron simbólicamente a Ariel, de quien dijeron, no pierden su compañía. Sus seres queridos están convencidos de que, como aquello que lo irradiaba en la foto, el profesor era luz.
“Ya abordaste tu canoa y empiezas a remar por el largo río que conduce al infinito y cada que remas te acercas a las estrellas, esas que veías pequeñas y distantes en el cielo por las tardes. Ahora ellas te reciben cercanas, tan alegres, te envuelven con su luz. (...) Y al ver que te alejas, Ariel, nos preguntamos de dónde viniste, de qué mundo te enviaron a darnos tanta humanidad, tanto amor. Ese era tu secreto. Tuviste que morir para revelarlo”, dijo Guillermo León Vázquez Velázquez, decano de la Facultad de Ciencias Agrarias.
“Ariel era un ser casi mitológico”, dijo después la profesora Lilliana María Hoyos Carvajal al referirse a la gran oportunidad que les significó haber tenido en las aulas de clases a un profesor como él, “con el poder infinito de ser él mismo”. Pensó también en el privilegio de conocer y compartir con aquel ser humano que le dejó grandes enseñanzas. Ella se lo decía: “si hubiese más seres como usted en el mundo, esto sería el paraíso”. Parada en el atril del auditorio y dirigiéndose a la madre del docente Ariel, le hizo una interpelación que fue también halago: “como mamá quiero preguntarte, ¿cómo lo criaste?”.
La profesora también le dijo: “¡Quiero darte las gracias!”. Hubo lágrimas en varios rostros, pero en esos mismos habitaron a la vez las sonrisas. Las pintaban los recuerdos, aquellos que traían a Ariel desde la observación, por lo menos para su hermana Ximena: “en cada hoja, cada pájaro, zarigüeya… Ahí está. También me lo recuerda cada piedrita, cada cosita que veo y yo sé que en cada corazón está. Solo se fue su cuerpo, lo físico, lo tangencial. Nos queda en la memoria, en el corazón, en cada poro de nuestra piel y esa emoción en nuestra alma. Era hermoso, porque hasta su bravura era bonita”.
Y cómo no recordarlo con cada cosa, si contó que a él todo lo maravillaba. Si como a un niño lo acechaba la capacidad de asombro, al punto, según ella, de que se le iluminaban los ojos al admirar la belleza de las plantas, las nubes e incluso algunos edificios. Por eso Ximena mencionó estar segura de que Ariel los invitaría a soñar, a vivir, a viajar, a no pensar en el qué dirán, a no dejarse pisotear de los demás, a no hacer las cosas por agradar, a ser felices, a pensar en el bienestar propio y en el bienestar animal, “como animales que somos”.
Ariel era un defensor de la vida y de los derechos de su amada Pachamama, dijo más tarde la también profesora del Departamento de Producción Animal, Sandra Pardo Carrasco, y llamó la atención acerca de algo: él murió el Día Internacional de la Tierra, y destacó que de ella se reconoció siempre como su hijo, y que a ella debía regresar.
“Ari”, manifestó la docente, “fue un bonito ser hedónico, en el mejor sentido de la palabra. Disfrutaba las cosas simples de la vida: comer, andar descalzo, vivir la naturaleza, beber un buen vino o un buen café, compartir con los amigos, reunirse con los conocidos, ayudar a los gatos, sembrar plantas”.
Cada que la profesora hace un viaje en su mente desde que cuando lo conoció no deja de aparecer “el abrazo dulce, largo, reconfortante que me diera en cada saludo”. Y cuando ve las fotografías, en las imágenes encuentra al Ariel niño, apasionado, sensible, alegre, osado, fiel a su libre pensamiento y sentir. Sobre todo eso y a lo que impulsaba a los demás: a vivir la autenticidad.
Sandra recuerda cuando fueron al estreno de la película Bohemian Rhapsody vestidos con plumas, con aretes, como Freddy Mercury, porque Ariel “se permitió ser y hacer lo que le antojaba: niño, hombre, mujer, animal, planta, abuelo, maestro, un eterno aprendiz, sanador y brujo”. Dice que lo vio recolectar energías. Que en Nuquí él capturó la esencia de las ballenas y en Caño Cristales pescó la esencia de una flor mágica que le da la mayoría de los colores al fondo del río. En todas sus aventuras la meditación, el agradecimiento y las intenciones de devolver eran imprescindibles.
En las aulas era como en su vida, porque precisamente “transmitía esa conexión con lo más profundo”, como lo contó una de sus estudiantes, Liliana Berley Alzate, del pregrado en Zootecnia, quien dice que era un ser muy comprensible, de mucha de paz, quizás como ningún otro, que transmitía el respeto por los animales, por la naturaleza, que creía en la reciprocidad. Él fue, cree ella, una persona muy sensible y humana que siempre actuó bien.
Ariel fue quien muy joven se hizo vegetariano por convicción y quien a medida que avanzó en sus estudios se convirtió en pionero del bienestar global de los animales, el ser humano y el medioambiente. Fue quien gestionó y logró que la bioética se incluyera en el currículo académico. Alguna vez, en diálogo con la Oficina de Unimedios, reconoció a la Universidad como parte de su vida, como un lugar en que enseñó, donde conoció a persona valiosas y, sobre todo, donde aprendió día a día.
Sus seres queridos se quedan con una presencia que va más allá de lo material, y así también lo comentó el Decano: “Ya no estás, pero te quedaste, remas hacia tu universo, pero remas también hacia nosotros, como ejemplo, con amor, con puntada, allá muy cerca ya verás el diamante de Venus cercano. Allá vivirás para siempre, allá nos esperarás y nosotros te veremos también por las tardes en el occidente y te recordaremos Ariel Marcel, porque si bien tu vida perdiste, nos dejaste mucho consuelo con tu memoria”.
Les queda la certeza de la alegría, de celebrar la vida y de respetarla en sus diversas formas, de honrarla, como ese día en el auditorio, cuando la nostalgia estuvo atravesada de música, de aplausos, sonrisas y abrazos. Les queda el agradecimiento genuino que sonó a papayera en las afueras del Bloque 11, y en la palma que fue plantada en su honor, porque lo saben, lo escucharon en la canción Fiesta de Pedro Capó y lo cantaron también en el auditorio: “La gente buena no se entierra, se siembra”.
(FIN/KGG)
15 de mayo de 2023