Hay científicos que no usan bata blanca ni experimentan en espacios cerrados. Algunos usan trajes de neopreno y nadan en los océanos atentos y maravillados con los laboratorios vivos que estos constituyen. Hay algunos que buscan sin encontrar, y otros que encuentran sin buscar, como le sucedió a Laura María Flórez Franco, egresada de la UNAL Medellín, quien dio con el importante hallazgo del Taam ja’, un nuevo Blue Hole (gran agujero azul) en México. Ella, quien ha hecho del mar su diversión y su objeto de investigación, cuenta la historia y seres queridos la exaltan.
Varios medios de comunicación, entre ellos National Geographic en español, replicaron el hallazgo del Taam ja’. En Colombia, El Tiempo, El Espectador y El Colombiano también lo registraron en sus portadas no solo con motivo del avance científico, sino también para destacar a la descubridora de la estructura: una colombiana.
Laura, ingeniera civil y especialista en Aprovechamiento de Recursos Hidráulicos de la Facultad de Minas de la UNAL Medellín, y Magíster en Ciencias en Recursos Naturales y Desarrollo Rural del Colegio de la Frontera Sur (México), solo había leído su nombre en los artículos científicos, no en las publicaciones de los medios de comunicación que, con razón y mérito, convirtieron el hecho en un ‘boom’ como lo dice ella, quien es una convencida de la comunicación y la divulgación de la ciencia.
Laura, “en la mecánica de la investigación no dimensionaba la relevancia que tenía lo que ella había hecho. Como que pensaba que iba a hacer otra investigación más y ya. Nosotros sabíamos que el trabajo iba a ser grande, que iba a causar impacto, pero no tanto. Conocíamos que estábamos hablando de cosas únicas. Curiosamente en un momento le dije: hemos topado con una joya dentro de todo el tesoro del mundo”, narra el doctor Juan Carlos Alcérreca Huerta, investigador del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México, comisionado al Colegio de la Frontera Sur y director de tesis de la investigadora.
El Blue Hole (gran agujero azul) está ubicado en la Reserva Estatal Santuario del Manatí a 18 km de Chetumal, capital de Quintana Roo. Tiene 274.4 metros, en su parte más profunda tiene una forma cónica, mientras que la superior es la más grande. Su sección se va reduciendo a medida que se va ahondando y las paredes tienen pendientes casi verticales de alrededor de 80 grados.
Por las características del Taam ja’, como denominaron al Blue Hole, el hallazgo se constituye como un “descubrimiento mayor”, explica Laura. “Cuando logramos obtener un cálculo aproximado de su profundidad nos dimos cuenta que entraba a hacer parte del ránking mundial de estructuras más profundas del mundo. Ocupa el segundo puesto seguido por el Yongle Blue Hole también llamado Dragon Hole, ubicado en China, cuya profundidad es de 300 metros aproximadamente”, agrega.
El hallazgo del Taam ja’, cuenta Laura, se dio sin esperarlo, pero se enmarca en los resultados de su tesis de maestría, investigación con la que analiza otros dos grandes agujeros azules. En ese sentido, menciona que se está abriendo una ventana a nivel de investigación marina, para comprender asuntos como que la ‘boca’ del Blue Hole es completamente relevante para el comportamiento hidráulico al interior de la estructura, en la que hay variabilidad temporal.
Cuestión de azar
Fueron las casualidades las que condujeron a Laura al estudio del Blue Hole. Una de ellas sucedió cuando aún era estudiante de especialización en la UNAL Medellín. Para entonces el investigador del Grupo Oceánicos, Juan David Osorio, le pidió su apoyo en el procesamiento de datos obtenidos con GPS sobre los cuales había duda, y para lo cual se realizó una reunión en la que también participó un docente mexicano.
Se trataba de Juan Carlos. Ella en ese momento no lo conocía, pero al final del encuentro (virtual), él le preguntó: ¿Quieres hacer una maestría en México? Laura le respondió que lo iba a pensar. Después de una semana le dijo que sí.
Cuando hablaron Juan Carlos le comentó sobre su interés en unas estructuras de las que, hasta el momento, no se conocían muy bien sus características y que se parecían a los cenotes. A Laura le entusiasmó la idea. Su primera pregunta fue si podía sumergirse en el agua y nadar ahí. Él le respondió afirmativamente y con ese aval empezó el camino investigativo en cuyo trabajo de campo, poco a poco, se fue dimensionando la magnitud del descubrimiento.
Inicialmente tiraron una cuerda de 40 metros (con algo pesado) que no tocó fondo, luego una de 100 metros, y tampoco. Supieron que necesitarían equipos especializados y, entonces, usaron una ecosonda, un aparato que mide cuánto se demora una señal en llegar de un sistema emisor a uno receptor.
La primera inmersión que Laura hizo fue en apnea con un compañero suyo. Ambos buscaban bajar para el explorar el borde. El oleaje del momento lo impidió y la desvió. Laura lo narra así: “Cuando empezaba a bajar, mi compañero ya estaba arriba esperándome. Me di cuenta que no estaba en el borde, sino en el interior y como es un agujero tan profundo es muy oscuro; a partir de los 20 metros más o menos ya no ves nada. La incertidumbre era total, de hecho, fue hasta atemorizante, tanto así que, al verme en la mitad, empecé a nadar hacia el borde para sentirme más segura, pues se creía que ese tipo de estructuras podía hacer succión. Eso era lo que decía la gente”.
Luego de estudiar más el Taam ja’ se enteraron que no. También que, las paredes eran tan frágiles que, solo con el hecho de chocarlas con las aletas, se comenzaban a desintegrar. Además, identificaron que, dadas las bajas condiciones de oxígeno que existe allí, no hay macrofauna.
Al equipo de investigación, dice Juan Carlos, el descubrimiento “nos permitió soñar”. También los aterrizó en la realidad de validar la ciencia latinoamericana y el orgullo de lograr resultados importantes producto de los esfuerzos que se hacen cuando no se cuenta con grandes recursos.
Conexión con la vida
Su profesión y su trabajo le han conducido, por fortuna para ella, a desviarse de la concepción tradicional de la ingeniería civil. Le ha dado privilegios, como aquella vez cuando del tiempo no tenía certeza, pero caminó en solitario, durante aproximadamente cuatro horas, por el islote que hay frente a Gorgona y en el que no hay intervención antrópica, que está completamente deshabitado: Gorgonilla, donde se sentó a contemplar caracoles, cangrejos e iguanas tan grandes “como perros”.
Por su trabajo también buceó en el pacífico en un septiembre, cuando las ballenas jorobadas arriban a este sitio procedentes de la Antártida para su reproducción y cría de ballenatos. “El canto de ellas es una cosa muy diferente si lo escuchas debajo del agua, es demasiado bello, armónico. Las frecuencias que emiten son tan profundas… Así me enamoré de Gorgona”, dice. Esta experiencia fue una de las que no la “dejaron regresar al otro lado de la ingeniería”, puntualiza.
Para Laura, la naturaleza y su trabajo son diversión. De ella Juan Carlos destaca la personalidad “aventada”, por eso le hizo la pregunta acerca de estudiar en México, porque dice que tenía un objetivo y lo logró. Ya cuando arribó al denominado país azteca e iniciaron las primeras prospecciones, cuenta él, ella “se moría de ganas de subirse a la lancha y conocer todo lo que se pudiera. Ahí es cuando surge, de hecho, la primera impresión de María, que pensó que la bahía de Chetumal por ser bahía, pues iba a ser agua tranquila. Ahora sí que como un chapoteadero para niños (risas)”.
A la vez, Laura emana tranquilidad. Esa postura tan relajada, dice su amigo Alexis David Quintero Montoya, su compañero del Grupo de Investigación Océanicos de la UNAL, le facilita incluso la comunicación con comunidades de sitios en los que desarrolla investigación. Además de la conversación, ella también ha aprendido a fluir a través de la palabra escrita, como él cuenta. La rigurosidad es una cualidad importante que ella aplica en varias esferas, dice, y de eso no se escapa su empeño e interés en la ortografía, por ejemplo.
La persistencia y la constancia son otros valores marcados de Laura, según Juan Esteban Suárez Naranjo, otro de sus amigos: “hasta que no termina algo no se levanta de donde está. Es muy ordenada en sus cosas”. Para él, “Laura es una mujer que inspira con su historia, con su trayectoria, con lo que ha hecho”.
El poder del mar
El agua es el segundo hogar de Laura. Ella se ha refugiado en el rugby subacuático, que le resulta un desfogue de energía; en el buceo y en la apnea. Sus preguntas y respuestas, su hogar y su gozo están en las profundidades.
El hallazgo del Taam ja’ no solo le trajo la alegría por un logro académico y profesional, sino que le dio cabida a la reflexión, pues en la ingeniería los cálculos permiten mayor certeza y los números son la representación de la exactitud, pero la vida no es necesariamente eso.
Como seres humanos, menciona, hemos buscado el dominio de cada situación. Ella ha caído en esa trampa, pero el mar ha sido su gran maestro. Le enseñó que “al final de cuentas no conocemos nada de este universo que ha vivido sin nosotros y que podrá hacerlo sin nosotros”, dice. Por eso el mar también le ha dado lecciones de resiliencia: “El mundo se ha enfrentado a glaciaciones, aumentos de temperatura y ahí sigue. Somos nosotros los que no soportamos las heridas. No tenemos el control de nada”.
Juan Esteban lo tiene muy claro: si Laura no tuviera conexión con el agua, sencillamente sería una mujer muy perdida, ella necesita el agua, conecta con el agua, le gusta”.
La ciencia le ha traído satisfacción y gratitud a la ciencia, y desde la ciencia también hay agradecimiento para Laura. Juan Carlos cuenta que el equipo también reportó la existencia otro agujero azul. “Si todo sale bien, próximamente esperamos nombrarlo en alusión a ella, cuyo apellido es Flórez, entonces se llamaría Flor de Agua”.
(FIN/KGG)
30 de marzo de 2023