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Es químico de la Universidad de Antioquia, magíster en Ciencias de los Alimentos de la Universidad Simón Bolívar y Doctor en Ciencias Químicas de la Universidad de Antioquia. Es profesor de la Facultad de Ciencias de la UNAL Medellín desde 1985. Lealtad es la palabra a la que más hace referencia, porque para él es un principio básico. Su núcleo familiar es su pilar y la investigación científica es su pasión y motivación profesional. Goza la vida a partir de placeres sencillos. Sus seres queridos celebran su presencia en el hogar y en la academia.

  • Benjamín Rojano es una persona alegre. En las aulas también está garantizada la risa para sus estudiantes. Foto: Unimedios.

    Benjamín Rojano es una persona alegre. En las aulas también está garantizada la risa para sus estudiantes. Foto: Unimedios.

  • La investigación científica es una de sus premisas de vida. Foto: Unimedios.

    La investigación científica es una de sus premisas de vida. Foto: Unimedios.

  • Con su amigo Guillermo Schinella también ha trabajado en proyectos científicos con estudiantes. Foto: cortesía Guillermo Schinella.

    Con su amigo Guillermo Schinella también ha trabajado en proyectos científicos con estudiantes. Foto: cortesía Guillermo Schinella.

  • La familia es, para el profesor Benjamín, su eje. Foto: cortesía Benjamín Rojano.

    La familia es, para el profesor Benjamín, su eje. Foto: cortesía Benjamín Rojano.

  • La salsa es su género musical favorito. En la imagen, con Bobby Cruz. Foto: cortesía Benjamín Rojano.

    La salsa es su género musical favorito. En la imagen, con Bobby Cruz. Foto: cortesía Benjamín Rojano.

    Alguna vez Benjamín le contó a su sobrina Lis Mary Jurado Porto que su mamá le regaló un libro sobre la vida de Thomas Alba Edison, “y eso le abrió al él la llave investigativa, y desde entonces quiso conocer el porqué de las cosas”, menciona ella.

    “Las metas fijas son las que definen al individuo”, considera Benjamín. Eso junto con la curiosidad tan propia de un hombre de ciencia, han sido un faro en el camino. Es reconocido en su área de estudio: los antioxidantes y es considerado como una autoridad en el tema.

    Recuerda que se ganó una beca para estudiar en algún país de Iberoamérica y estudió en Venezuela. Allí, a través de un amigo suyo conoció al doctor Alberto Rosas, de quien aprendió la aplicación de los antioxidantes en los alimentos. “Ahí definí mi área de trabajo”, menciona Benjamín.

    A lo largo de los años ha realizado contribuciones a la ciencia junto con otros investigadores, como el hallazgo de dos compuestos químicos que hasta ese momento no se conocían: el isoespintanol y el berenjenol, bajo la dirección del profesor Jairo Sáez en la UdeA y potencializados en sus aplicaciones con el profesor Guillermo Schinella, de la Universidad de La Plata (Argentina), en trabajos conjuntos. Más recientemente, el docente y un colega suyo, Giovanni Restrepo Betancur, del Departamento de Producción Animal de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Sede, desarrollaron un diluyente de semen equino del que surgió también la spin-off Reprofert.

    La especialización es, para él, un plus, de acuerdo con su amiga Tatiana Lobo, también profesora de la Escuela de Química de la Facultad de Ciencias de la UNAL Medellín, a quien le ha enseñado que es importante profundizar en un tema y crecer alrededor de eso. Ese, manifiesta ella, es un consejo que él siempre da.

    “Benjamín ha sido muy sólido, siempre propone lo que él quiere hacer y no se limita en lo que desea, si tiene que aprender más, lo hace. Si va a colaborar con otros grupos, está abierto a hacerlo y eso lo ha proyectado bastante”, agrega sobre una de esas virtudes que lo definen como investigador.

     

    Una vida proyectada en el laboratorio y en las aulas

    Benjamín es profesor porque le “viene del ADN”, dice. En esa decisión tuvo influencia su mamá, una maestra y una persona con sentido social que, aunque trabajaba para el Estado en las mañanas, les daba lecciones de forma gratuita a los niños de su barrio en Montería, y en la tarde y en la noche, a adultos mayores: “Yo veía eso desde muy pequeño y, cuando me portaba mal en el colegio, me castigaban dándoles clases a los más chiquitos. Fue cuando tenía unos 12 años”, recuerda.

    En 1985 se vinculó a la UNAL Medellín luego de ganar una convocatoria en la que, cuenta, participaron 24 paisas y él. Dice: “la verdad es que en la Costa no habría pasado lo mismo”, y se ríe. En la Universidad y en la ciudad ha pasado años que agradece, porque le es claro que hay que trabajar en lo que a cada uno le guste.

    Es riguroso, revisa los proyectos en detalle. También es estudioso, se actualiza con el propósito de aprender, lo que, a su vez, le ha permitido crecer paso a paso a nivel profesional. Le gusta preparar las clases y la pandemia le significó una gran enseñanza para acoger la implementación de la tecnología en la investigación. Sin embargo, a él, que manifiesta abiertamente que no le gusta “la pantalla”, también le abrió las puertas para visibilizar su trabajo y publicar sus indagaciones, “sin necesidad de hacer tanta bulla”. “La carreta vacía suena mucho, la llena no suena”, añade. No obstante, hay algo, no académico, que también lo impulsa a cualificarse: el apoyo familiar.

    Por el laboratorio y las aulas en las que dicta clase han pasado cientos de estudiantes. A él le enorgullece formarlos, tener noticias de sus triunfos y del ejercicio profesional que realizan aún en el extranjero, teniendo en cuenta que “esta sociedad está descompuesta por varios factores y lo mejor que uno puede hacer es un buen trabajo social”, considera.

    Y es que él, cuenta Tatiana, es una persona que se preocupa por el bienestar de los estudiantes: le inquieta si están bien, si tienen las condiciones para hacer las investigaciones: “Él no solo es el profesor que enseña la parte académica, sino que puede tener una relación muy cercana”.

    Lo reafirma Karol Zapata Acosta, una de sus exestudiantes, quien dice de él que no es un profesor cuchilla, que sabe mediar las diferentes personalidades de sus alumnos y que vive “en alegría constante sin importar las circunstancias y nos enseña cuál debería ser nuestra posición frente a la vida misma. No es solo un maestro de temas técnicos”. También narra que les comparte frases, historias de vida y música, que siempre está escuchando con sus audífonos. “Trata de romper la tensión que genera el trabajo diario”, añade.

     

    El amor como base y como respuesta

    Al comienzo de la entrevista Benjamín cuenta, por su iniciativa, que concede la entrevista como “un testimonio de fe y como un compromiso con la vida”, pues es un aprendizaje que le han dejado algunas dificultades de salud que ha afrontado. “Eso en lugar de destruir mi vida me enseñó a crecer y a hacerlo en algo que no tenía en ese momento: la espiritualidad. En tres batallas lo único que sentí real fue la gracia de Dios, el acompañamiento de mi familia mi esposa Rosa Gómez y mis hijos Javier y Daniel, mis estudiantes y la lealtad de los buenos amigos”.

    Antes de afrontar las enfermedades, el profesor pensaba que no hacerle daño a nadie era suficiente. Eso, por encima de creer que existe un ser superior. De hecho, inducidos por él, sus hijos estudiaron en un colegio laico.

    Ahora también se refugia en la sabiduría de grandes pensadores y científicos. Toma para sí sus pensamientos; tiene las imágenes de las frases en su computador. Una de ellas, de Albert Einstein que dice: “Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas”.

    Encuentra esperanza en los pequeños detalles, en dar y en recibir amor. Manifiesta que está “fortalecido con otras cosas de tipo emocional”. A lo mejor tiene que ver, por ejemplo, con las visitas a su natal Montería en compañía de su familia, al júbilo que siente al ver a sus hijos compartir con sus primos y los amigos del sector. Al campeonato de fútbol que él realiza con los niños del barrio El Tambo: “Apenas llego comienzan a rodearme”, narra. Lo considera también como un proceso formativo “y la verdad eso me llena más que cualquier cosa”, agrega.

    Y a otros que rodean a Benjamín también los llena de satisfacción el cariño que él les entrega. Tatiana recuerda: “Cuando estaba en embarazo de mis hijas también parecía un papá, porque se arrimaba a la barriga y les cantaba (risas) una canción. Recuerdo que le decía que la iba a llamar como el título de un vallenato, y se la cantaba”. Se trataba de Matilde Lina, de Leandro Díaz.

    Quienes conocen al profesor coinciden en que es un ser cálido, y se nota. En las conversaciones con él aparecen los dichos, muy costeños, y la risa. Según Tatiana, él tiene la capacidad de manejar el estrés mediante el sentido del humor. De él también aprenden su positivismo, porque “aligera las cargas”, como lo cuenta Alfredo Spat, otro sobrino de Benjamín, quien lo describe como “un abanderado de la vida y de sus semejantes. Es una persona llena de amor y eso lo expresa”.

    Su amigo Schinella menciona que de Benjamín se aprende mucho, y que, al respecto, aún hay asuntos pendientes como la temática QSAR, y lo que más le preocupa al docente de la Sede, cuenta, es “mi deplorable manera de bailar cumbia”, porque expresa: “como se dice en mi pueblo soy un ‘pata dura’”.

    No obstante, hay algo sobre lo cual recibe importantes lecciones de parte de Benjamín: la resiliencia. “No afloja, nunca se da por vencido y enfrenta toda adversidad”, cuenta. Y prosigue: “Hace pocos días me envió un mensaje que me resultó revelador de su actitud de vida y que coincidentemente yo también estaba sintiendo y accionando en mi diario vivir. Decía ‘no dejes entrar al viejo’. Ninguno de los dos negamos nuestra edad ni nuestros pasados, sabemos rescatar los mejores recuerdos. Sin embargo, el presente es lo que nos pertenece y somos protagonistas, ambos creemos que la nostalgia no debe impedir gozar nuestro presente”.

    Raíces costeñas, arraigo paisa

    Nadie es profeta en su tierra. Así lo cree, porque vive en Medellín desde que era un joven de 18 años. Llegó a la ciudad para estudiar Química en la Universidad de Antioquia, pues siempre tuvo claro ese deseo. Benjamín dice sobre sí mismo que siempre ha tenido claras sus metas, que ha mirado al frente. Esa se ha convertido en la filosofía de su vida.

    Él mismo dice que lleva la bandera paisa desde hace más de 40 años. “Viajar de Montería a Medellín era como ir a la Luna hoy día”, menciona, y aunque narra que su familia no quería que él se fuera de su terruño, la certeza que ha tenido es que “esta Universidad, esta ciudad y este departamento me han dado la oportunidad para crecer paso a paso sin tropezar con nadie y eso me enorgullece”. Siente la calidez de los paisas, el sentido “de acoger a los demás”.

    A Benjamín desde que era un niño es amante del fútbol, deporte que incluso practicó, y de la salsa. Liz Mary, por maldad, lo llama en horarios de partidos importantes. Esa pasión la trasladó a sus hijos, el menor la ha desarrollado a nivel profesional, “y vive muy orgulloso de eso”, cuenta ella.

    Al preguntarle a qué se dedica cuando no está en función de investigar o de dictar clases, responde cantando: “y no hago más na’, más na’”, y suelta una carcajada. Es una canción de El Gran Combo de Puerto Rico.

    ¿Si eres costeño por qué no te gusta el vallenato? creería él que se preguntan quienes lo conocen. Y tiene una respuesta: “Es que, cuando uno lo siente, se vuelve nostálgico, y a mí esa nostalgia así tan profunda no me gusta. La salsa, en cambio, me la permite, pero desde el disfrute”. El mar también le encanta: “Te ayuda a pensar. Te da la oportunidad de volver a ser un poco macondiano, nerudiano, borgiano. Es todo eso”. Benjamín es reflexivo y, por sí mismo, una oda a la vida que los demás admiran.

    (FIN/KGG)

    13 de diciembre de 2022