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De un semblante tranquilo, como compañero amable y académico inquieto, el exprofesor del Departamento de Ingeniería de la Organización de la Facultad de Minas de la UNAL Medellín dejó huella en quienes lo conocieron y compartieron con él. Sus amigos lo recuerdan para homenajear su esencia, la de un ser humano que acompañó y guio. 

  • En la UNAL Medellín fue docente desde 2009. Foto: Oficina de Comunicaciones de la Facultad de Minas.

    En la UNAL Medellín fue docente desde 2009. Foto: Oficina de Comunicaciones de la Facultad de Minas.

  • Disfrutaba pasar tiempo con sus amigos y su familia. Foto: cortesía Diego Germán Arango Muñoz.

    Disfrutaba pasar tiempo con sus amigos y su familia. Foto: cortesía Diego Germán Arango Muñoz.

  • Se caracterizó por ser compañerista. Foto: cortesía Diego Germán Arango Muñoz.

    Se caracterizó por ser compañerista. Foto: cortesía Diego Germán Arango Muñoz.

    Cuando era niño a José Ignacio Márquez Godoy su papá le regaló una colección de libros y su mamá lo “tuvo que parar. Le dijo: usted solo puede leer medio libro diario, no todos de corrido. Entonces él se escondía debajo de la cama a leer para que ella no lo viera”. La anécdota la cuenta Diego Germán Arango Muñoz, profesor del Departamento de Ingeniería de la Organización de la Facultad de Minas de la UNAL Medellín, quien además de su amigo es el de la familia.

    La amistad de ambos surgió gracias al vínculo que el profesor Diego Germán generó con Gabriel Márquez Cárdenas, padre de José Ignacio, exdecano de la Facultad de Minas y exvicerrector de la UNAL Medellín, con quien además de trabajar en distintos proyectos, hizo varios viajes y compartió con la familia, por lo que permanentemente él le hablaba de su  hijo lector, pero también de los otros: Marco Antonio, Raúl y Gabriel. 

    José Ignacio era un apasionado de la vida, y aunque reservado, a la vez cálido, según el profesor Diego Germán, quien destaca una característica especial: la de ser conversador, un “contador de historias” incluso en el desarrollo de las clases que dictó. En ese sentido, fueron más vivenciales que catedráticas, recuerda el ingeniero industrial Wilmar Ortiz López, uno de sus exalumnos y amigos. 

    Era de ideas fijas, pero no radicales, absolutamente sereno y, siendo ingeniero civil, se interesó por el mercadeo, área que investigaba desde los métodos cualitativos y desde el punto de vista de las humanidades. Fue quizás por eso que se inclinó por el Doctorado en Historia que estaba cursando en la UNAL Medellín, cuyo estudio estaba relacionado también con el comercio y la publicidad. También en ámbitos profesionales y académicos tenía un sueño: crear un posgrado en mercadeo en la Sede. 

    José Ignacio era ingeniero civil, especialista en mercadeo, magíster en administración y recientemente había  presentado la tesis de doctorado. Se dedicó a otras áreas como sistemas de información y negocios. Además de profesor en la Facultad de Minas —a la que se vinculó en 2009— ejerció como docente en la Institución Universitaria Colegio Mayor de Antioquia, el Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid, la Fundación Universitaria Autónoma de Las Américas y las universidades Eafit y EIA.

    En esa última institución de educación superior se hizo amigo de su colega Christian Lochmuller, con quien realizó investigaciones, trabajos como un plan de negocios para la generación de energía en zonas rurales de Antioquia no interconectadas, y publicó artículos científicos. Sobre la gama amplia de intereses su par destaca que era precisamente la fortaleza con la que él “cruzó puentes”. 

    Los números y los modelos cuantitativos, menciona, es principalmente el enfoque de los ingenieros, el de José Ignacio fue el humanístico. La raíz, cree Christian, puede estar relacionada con la formación jesuita que él recibió cuando estudiaba en el colegio. 

    El profesor José Ignacio también tuvo como virtud y característica la curiosidad y la inquietud. Le gustaba reflexionar sobre la coyuntura del país e informarse sobre la actualidad, incluso internacional, y eso lo conectó también con Christian, con quien hablaba sobre asuntos europeos o a quien le contó, por ejemplo, sobre un viaje que hizo como mochilero a ese continente.

    Como Christian, quienes lo conocieron tienen la misma certeza: era una persona calmada, equilibrada y la transparencia de defender sus ideas respetando las de los demás era una de sus principales cualidades, según su amigo Diego Germán. 

    Entre los estudiantes el profesor era más conocido como Godoy, aunque su primer apellido era Márquez. El primer acercamiento de Wilmar al docente fue en el marco de un paro para solicitarle que no evaluara la asignatura durante ese periodo. En ese momento, afirma, supo que el decoro y la responsabilidad también eran algunas de sus convicciones. 

    “Él abiertamente y muy honesto dijo que no se iba a oponer, pero que no iba a abandonar el salón porque su rol ante la universidad era estar ahí. Pensé que me iba a fichar como el revoltoso del grupo, pero a partir de ahí empezamos a conversar mucho fuera del contexto de las clases. Siempre recibí de su parte mucho respeto, y era una delicia debatir con él”, cuenta. 

    Con sus estudiantes era un consejero, sobre todo, sobre los proyectos de vida y los emprendimientos. A Wilmar, particularmente, lo invitaba a “abrir los ojos y a analizar bien mis decisiones. Me hizo mucho énfasis en que pusiera mucha atención en qué invertir mi energía y mis esfuerzos. Era una persona con astucia, nunca advertía con regaños, sino que dejaba que exploraras y te enfrentaras de frente al monstruo para identificar cuál era. No era inquisitivo, ni trataba de amoldar a su gusto, todo lo contrario, te ayudaba a buscar caminos”, agrega.

    Sobre José Ignacio, Camila, la hija del profesor Diego Germán, escribió: “Cada que llamaba a mi casa lo hacía con una tranquilidad y una conexión de siempre querer hablar y saber de cada uno, y era tan habitual que ya la llamada era esperada”. 

    Para ella él fue algo parecido a un ídolo, “una persona que entendió que darse a los otros era una tarea para cambiar el panorama y que, desde sus conocimientos y sus maneras de mirar la vida, generaba tal admiración por su forma de ser que a uno le generaba tranquilidad y, sobre todo, ganas de ser como él cuando grande”.

    El profesor José Ignacio fue una persona auténtica y tenía un gesto muy suyo, recuerda Wilmar. Cuando hacía una aseveración acerca de pensar como mercadólogo, guiñaba el ojo y “hacía una musaraña con la boca, como diciendo: ahí te dejé esa información”. Nunca se tomó una fotografía con él, pero en su memoria siempre tendrá esa imagen y, claro, sus amigos tendrán el mejor recuerdo en el que coinciden sobre él: el gran ser humano que fue y el legado que dejó.

    (FIN/KGG)

    26 de noviembre del 2021