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Mónica Reinartz Estrada, actual docente del Departamento de Producción Animal de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Sede y egresada de Zootecnia, médica veterinaria de la Universidad de Antioquia y doctora en Ciencias de la Educación de la Universidad de Montreal (Canadá), recibió recientemente la investidura como académica de la Academia Colombiana de Ciencias Veterinarias. Es afable, determinada, sensible por el arte y por el prójimo, y muy apreciada por sus estudiantes. Algunos de sus amigos la celebran como profesora y como persona. 

  • Desde el bachillerato le interesaron las ciencias biológicas. Foto: cortesía Mónica Reinartz Estrada.

    Desde el bachillerato le interesaron las ciencias biológicas. Foto: cortesía Mónica Reinartz Estrada.

  • La profesora realizó una estancia posdoctoral en Didáctica de la Neurofisiología en la Universidad de Antioquia. Foto: Unimedios.

    La profesora realizó una estancia posdoctoral en Didáctica de la Neurofisiología en la Universidad de Antioquia. Foto: Unimedios.

  • Los estudiantes se han convertido en el aliciente que da propósito a su vida. Foto: cortesía Mónica Reinartz Estrada.

    Los estudiantes se han convertido en el aliciente que da propósito a su vida. Foto: cortesía Mónica Reinartz Estrada.

  • Disfruta los deportes, ha practicado varios. Foto: cortesía Mónica Reinartz Estrada.

    Disfruta los deportes, ha practicado varios. Foto: cortesía Mónica Reinartz Estrada.

  • Cree que el ocio es indispensable. Cantar es uno de sus favoritos. Foto: cortesía Mónica Reinartz Estrada.

    Cree que el ocio es indispensable. Cantar es uno de sus favoritos. Foto: cortesía Mónica Reinartz Estrada.

  • En 2004, durante el lanzamiento de su libro Incluso la Luna. Foto: cortesía Mónica Reinartz Estrada.

    En 2004, durante el lanzamiento de su libro Incluso la Luna. Foto: cortesía Mónica Reinartz Estrada.

    Hacia el año 1995 la doctora de la moto, como la llamaban, recorría fincas en Rionegro para sanar animales. Tanto su primera experiencia profesional como zootecnista y médica veterinaria, y como conductora de ese tipo de vehículo, la adquirió en el campo, gracias a su disposición y determinación, sobre todo, por ayudar y aprender.

    Mónica Reinartz Estrada fue la doctora de la moto. Ese primer trabajo lo obtuvo, dice ella, por la respuesta que dio a una particular pregunta que le hicieron en la entrevista: ¿sabe conducir moto? No, pero aprendo, recuerda que dijo. Obtuvo el empleo, y anduvo en el vehículo vestida con overol, botas y cargando un morral donde guardaba el fonendoscopio, el termómetro, un equipo de cirugía, dos o tres medicamentos y una gorra.

    Ayudar a animales en el campo a curar sus dolencias y a darles alivio también a sus amos fue a lo que se dedicó inicialmente, porque para ella “todo profesional debe tener, entre ceja y ceja, el servicio”.  Y mientras estaba en esas, se enteró de la posibilidad de trabajar en la UNAL Medellín como profesora. Aplicó a la convocatoria y fue seleccionada. “Mientras iba entregando en un lado, recibía en el otro”, rememora. 

    La profesora de la moto llegó de atender pacientes a la Estación Agraria en San Pablo montada en una Yamaha DT 125. Otoniel de Jesús Ciro Cano, encargado de la finca, le pregunto: ¿usted quién es? “(Risas). Le dije, soy la profesora Mónica”. “Bienvenida”, le contestó él. 

    ***

    En la academia, donde ha laborado desde hace 26 años, ha encontrado científicos y científicas que admira, personas con gran calidad académica, lo cual le resulta “una delicia”. Lo mejor, que se ha topado con grandes seres humanos, y ha entablado importantes amistades. La Universidad ha sido su hogar para ejercer su curiosidad por lo nuevo y por la investigación, una inquietud que la ha acompañado siempre, pero también para descubrir bonitas personas, según ella. Siente gratitud “infinita” hacia estudiantes, colegas y operarios de las granjas de la Sede.

    “He sido gomosa rayando con lo intensa. No me perdía práctica u oportunidad de entrar en contacto con fincas, consultorios, aunque no estuviera en el nivel para hacerlo. Buscaba la forma de entrar a laboratorios y a la biblioteca día a día. Era una pasión por formarme bien y aprender, hay un gran placer en eso, y todavía lo hago. Creo que un docente investigador debe tener ese perfil”, asegura.

    No tiene, sin embargo, a la ciencia en un pedestal. Considera que esta “no puede ser un fanatismo”. Sí cree en la necesidad de no presumir, en la pertinencia de aventurarse a decir “no sé” cuando no se tiene respuesta o de asumir que no siempre se pueden percibir todos los detalles. Y de esa humildad hay una anécdota que lo ilustra. Alguna vez un campesino le dijo que Luisa, su única vaca y la que le daba el sustento, no estaba dando leche. Ella la examinó hasta la cola, le midió la temperatura, la frecuencia cardiaca, todo lo que pudo. No vio nada raro. 

    “Me dije para mí. ¿Qué hago? No le puedo hacer cualquier tratamiento por quedar bien. Le conté la verdad: Don José, qué pena, no se qué tiene la vaca. Le pregunté: Dígame, por favor, qué le ve de raro. Me contestó algo que todavía me da escalofrío: ‘es que no me mira igual que antes’. Claro, él está día y noche con ella, sabe cómo se comporta. Cuando me dijo eso, la miré y ella se veía como elevada, un síntoma de una enfermedad delicada”, cuenta. Se convenció más de que la ciencia no es infalible, que debe estar abierta a otras posibilidades y saberes como los ancestrales y los campesinos. 

    En otra ocasión, siendo ya profesora, se disponía a dar la clase que había preparado sobre cinco tipos de células nerviosas en el curso de Neurofisiología. Ese mismo día leyó, y no en una revista científica, sobre una nueva descripción de unos 50 nuevos. Comenzó comentándoles a sus estudiantes sobre lo que llevaba, pero también que había conocido nueva información poco antes, que aún no había tenido tiempo de estudiarlos, pero como ya había salido el artículo científico, lo leerían juntos.

    La zootecnista y doctora en Ciencias Agrarias de la UNAL Medellín, Sandra Marcela Castro, fue estudiante de la profesora Mónica, quien actualmente es amiga. De ella recuerda que en sus clases transmitía la pasión por lo que hacía. Dice que usaba una metodología particular y muy interesante: el aprendizaje basado en problemas: “Tomaba situaciones y nosotros, durante las clases, debíamos usar herramientas para resolverlas. Eso, en mí, logró incentivar el gusto por la investigación. Fue una experiencia diferente a la de otras asignaturas; le imprimía amor a la labor”.

    Antonio Moncada Ángel, quien fue uno de sus profesores mientras cursó el pregrado de Veterinaria en la Universidad de Antioquia y a quien aún le consulta cuando tiene dudas, cuenta que, cuando se enteró que ella se desempeñaba como docente en la UNAL Medellín se alegró mucho porque él siempre fue consciente de sus capacidades, y en su momento se lo dijo. Luego supo que estaba implementando metodologías innovadoras en las clases.

    ***


    Mónica ha tenido tenacidad en su vida académica y profesional, pero sabe que a eso no se puede reducir la vida: “insisto en que no todo debe ser estudio y trabajo”, manifiesta. Se ha dedicado, por gusto y afición, al canto, a la música y al deporte; ha intentado practicar varios: balonmano, tenis de mesa y lo que ahora más disfruta es el senderismo.

    También ha cultivado las amistades. La profesora Mónica se reconoce como una persona tímida, pero es dedicada a quienes le interesan, tiene la mirada atenta y es dispuesta para la escucha. Esa última cualidad es la que destaca Sandra de la docente, con quien se hizo muy cercana a medida que pasó el tiempo, pues ella le brindó su apoyo en circunstancias difíciles. 

    Es una persona seria, de rigor, disciplina e inteligencia, según Antonio. “No se ha caracterizado por tener cantidades de amigos, ni por vivir en fiestas, ha sido recatada”, cuenta. Y reservada. Él narra que le causaba curiosidad el apellido de la docente, y mucho más porque tuvo la oportunidad de hacer una pasantía en Alemania, de donde es la familia de Mónica, quien no le dijo ni una palabra en ese idioma hasta varios años después.

    “A pesar de su seriedad es una persona muy cordial, como las personas de Alemania del norte que, cuando establecen amistad son absolutamente leales, así la entiendo yo. Tiene gran interés por el prójimo y eso la ha llevado a participar en actividades sociales importantes o, por ejemplo, de empoderamiento femenino”, añade su profesor.

    Mónica se ha sumergido en la lectura desde que era una niña, y aunque dice que intenta leer otras cosas, es común que vuelva a la literatura clásica, porque le encanta. En general la maravillan los escritores “que plasman en una obra el alma humana”, afirma. Entre los muchos autores, leyó en su adolescencia a varias mujeres como Agatha Christie, Marguerite Yourcenar, Sylvia Plath, Dorothy Parker, Gioconda Belli o Gabriela Mistral. Ese mundo la llevó a escribir Incluso la luna, un libro de poesía editado por el Fondo Editorial de la Universidad Eafit en 2004.

    El género femenino la ha hecho sensible. De adulta le inquietó que no fueran tantas las científicas como los científicos y junto con otras profesoras de la UNAL Medellín escribió el libro Mujeres universitarias, profesionales y científicas, en el que abordan políticas de equidad de género en la educación superior desde una perspectiva histórica y el rol educativo de las mujeres en las ciencias agrarias.

    Es cierto lo que dice Antonio, que la profesora Mónica no hace “propaganda” de los reconocimientos que ha obtenido y han sido varios a lo largo de su carrera. Los que ella más aprecia son el apoyo de su familia y el de sus estudiantes, gracias a quienes en dos ocasiones la han destacado como docente excepcional. El más reciente fue la investidura como académica de la Academia Colombiana de Ciencias Veterinarias. 

    Tenía unos ocho años cuando fue a conocer a su familia paterna a Alemania. Su abuela le dijo que tenía cara de profesora. No entendió el comentario y hasta le pareció raro en su momento, pero con el paso de los años, en efecto, se convirtió en una. Los estudiantes se han sido la razón para tener propósito, como ella lo dice. Así lo siente y la experiencia se lo ha demostrado. Sabe que aquello que algún momento fue anécdota curiosa, ahora tiene significado y todo el sentido.

    Recuerda especialmente a Juan Pablo Cataño. Si bien no era exactamente un universitario, se convirtió en otro de sus estudiantes. Lo acogió en la clase durante un semestre. Él era el hijo de una alumna suya que lo cuidaba mientras estudiaba, lo llevaba al salón cuando él salía de la guardería. “Incluso a veces respondía primero que los demás. Eso fue una experiencia muy linda”, destaca la profesora Mónica.

    La sensibilidad es algo que le generan la lectura y que le gusta en las personas. Y tal vez sea eso mismo uno de los motivos por lo que los demás la quieran y valoran como profesora y como persona, pues en sus ojos claros y en su trato se nota que esa cualidad que admira es parte de sí misma.

    (FIN/KGG)

    20 de agosto del 2021