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Algunas mujeres de la comunidad universitaria de la UNAL Medellín cuentan experiencias de vulneraciones con el ánimo de llamar la atención acerca de que el acompañamiento y orientación en asuntos de violencias es también una tarea del quehacer científico y de la academia. Además, de que las nuevas masculinidades deben constituirse como aliadas en el bienestar de ellas. 

  • En su trabajo Verónica González Cadavid ha compartido sobre todo con hombres, quienes en general han sido respetuosos con ella. Foto: cortesía

    En su trabajo Verónica González Cadavid ha compartido sobre todo con hombres, quienes en general han sido respetuosos con ella. Foto: cortesía

  • Durante la década de los 80 Liliam trabajó como en Burkina Faso como experta entomóloga en la FAO. Foto: cortesía.

    Durante la década de los 80 Liliam trabajó como en Burkina Faso como experta entomóloga en la FAO. Foto: cortesía.

  • Claudia Martínez Patiño considera que los temas de género deben abordarse en procesos académicos, como ha sido su experiencia en el exterior. Foto: cortesía.

    Claudia Martínez Patiño considera que los temas de género deben abordarse en procesos académicos, como ha sido su experiencia en el exterior. Foto: cortesía.

  • Valentina Montoya Urrea ha notado que algunos han intentado explicarle más ciertos procesos que a los hombres. Foto: cortesía.

    Valentina Montoya Urrea ha notado que algunos han intentado explicarle más ciertos procesos que a los hombres. Foto: cortesía.

  • Según Minciencias son menos las investigadores mujeres en el país en relación con hombres. Foto: cortesía.

    Según Minciencias son menos las investigadores mujeres en el país en relación con hombres. Foto: cortesía.

     

    Los tiempos cambian mucho. Eso cree Liliam Eugenia Gómez Álvarez, ingeniera agrónoma de la UNAL Medellín, magíster y doctora en Ciencias Biológicas e investigadora asociada al Grupo de Investigación en Sistemática Molecular del Insectario de la Sede. Con el paso de los años ha notado un cambio sustancial en el trato a las mujeres científicas.

    También ha percibido avances en la paridad de género en ámbitos académicos y laborales. Sin embargo, siguen siendo minoría, pues entre los investigadores solo hay un 38% de mujeres, según el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. 

    Liliam estudió el pregrado entre 1967 y 1972, “una época en la que eran pocas mujeres en la Universidad y había un grado de machismo muy acentuado”, afirma.

    Años después, y luego de estudiar la maestría trabajó en África como funcionaria de Naciones Unidas, dio órdenes a hombres a través de un intermediario, porque no atendían instrucciones de mujeres en el tipo de labores de campo que realizaban. Años más tarde ejerció como profesora de Agroecología en la UNAL Medellín, donde aún da asesorías. “Ahora veo que la situación es muy distinta con las chicas, se les reconoce mucho el trabajo, tienen participación total y el comportamiento es más abierto”, asegura. 

    Vivir su intimidad era, para entonces, también difícil. En el Campus El Volador, cuenta, había solo dos baños para las mujeres: uno ubicado en el que es ahora el Bloque 11 y otro en el 42. Era más complicado en salidas de campo: “Cuando uno hacía pipí o si debía salir en la noche debía estar pendiente de aquellos con quienes laboraba. En las fincas, a veces, había trabajadores que querían sobrepasarse y se nos entraban a la habitación”. 

    Algo similar vivió Claudia Martínez Patiño, zootecnista de la UNAL Medellín, magíster en Negocios internacionales y en Administración de Empresas sin ánimo de lucro. Cuenta que cuando realizó su pasantía sufrió “lo que se conoce como un asalto sexual. El veterinario jefe de una finca intentó forzarme, pero no lo logró. Me hicieron sentir culpable, incluso quien era mi novio en ese momento. Me decían: ‘eso es culpa suya porque usted es muy buena gente, por andarle ofreciendo tinto a todo el mundo”.  

    Hay, igualmente, mujeres como la ingeniera forestal Mariana Gutiérrez Múnera o la profesora Verónica González Cadavid, del Departamento de Producción Animal de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNAL Medellín que, como lo cuentan, no han vivido ningún tipo de violencias o vulneraciones a su intimidad y se catalogan así mismas como afortunadas por el hecho de haber tenido compañeros respetuosos. 

    Para aquellas que no han tenido esa “fortuna” el camino ha sido, por decirlo así, forjar el carácter de una u otra manera. Por la oportunidad de estudiar en el exterior y de asumir retos distintos, dice Claudia, entiende que culturalmente “nos acostumbramos a que vivir ciertos momentos incómodos era normal y nos enseñaron a verlo así. Hubo veces que creí que cosas que me pasaron fueron mi culpa, pero a través de la experiencia supe que no lo era”.

    Ahora lo sabe y esa es su arma de empoderamiento. En su momento la de Liliam y sus compañeras, fue asumirse “independientes como estudiantes”, por lo que “sufrimos consecuencias, pues el mismo profesorado nos trataba diferente que a los hombres”, recuerda. Específicamente rememora una vez que hizo un trabajo y uno de sus compañeros lo copió. Ella fue calificada con 3,1 y él con 4,9.

    A Valentina Montoya Urrea, zootecnista de la UNAL Medellín y recién graduada como magíster en Zootecnia, una vez un profesor le recomendó no ir muy maquillada a una salida de campo y en otras ocasiones algunos productores han intentado explicarle más los procesos que a los hombres y le han insinuado relacionarse más con las esposas que con ellos directamente. 

    Ante eso ha optado por demostrar su competencia: “manejar la situación con tranquilidad, conversar y tratar de entrarles con preguntas y más interés, porque puede que no lo hagan con una intención negativa, sino que es algo que hace parte de su historia”, expresa.

    Los tiempos han cambiado, como cree Liliam, hay mujeres liderando procesos, participando en ellos y se han hecho más conscientes sobre las diferentes vulneraciones a las que están expuestas. Sin embargo, lo que no ha variado significativamente, según las investigadoras, es la sensación de inseguridad, que se ha propagado de unas generaciones a otras. 

    En el quehacer científico, coinciden, debe plantearse como opción acompañar el proceso de empoderamiento y orientación a las mujeres, máxime al tratarse de labores investigativas de campo, por las que, en ocasiones ellas deben desplazarse con temor a otros lugares y sin compañía, aun cuando el deber ser no es buscar con quién movilizarse o elegir un horario adecuado para hacerlo sino sentirse seguras y respetadas en cualquier circunstancia.

    En los entornos académicos y científicos “sigue estando presente el acoso e incluso admiración cuando una mujer se dedica a los trabajos de campo por considerarla verraca, cuando debe ser absolutamente normal. Cuando ellas se enfrentan a esto hay doble carga: el esencialismo biológico y un paquete de prejuicios culturales”, argumenta Andrés Marín, director de Caballito de Mar, proyecto social para la promoción de masculinidades no hegemónicas.

    ¿Cómo cambiar la situación? Según él no queda otro camino que la conversación de estos temas para desestimular los diferentes tipos de violencias simbólicas y promover el respeto en las relaciones de género en términos de no sexualizar o subestimar a las mujeres, una tarea que “incluso tiene la academia”, cuyo rol debe ser eliminar el imaginario de que las masculinidades conscientes son “ideología de género o una causa subversiva”.

    Liliam es contundente al hacer la reflexión de la importancia de abordar el tema en el quehacer científico y académico “porque es parte del bienestar. Quien debe realizar el trabajo investigativo y científico necesita tener toda seguridad. Estos temas deben ser incluidos, tratados y se deben solucionar”. 

    (FIN/KGG)

    13 de mayo del 2021