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Las arengas, pancartas, cánticos, capuchas, bufandas, pintas, himnos y performances que se exhiben y agitan al fragor de las marchas y plantones de las movilizaciones sociales, también han entrado en cuarentena durante la pandemia mundial del COVID-19. 

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Por: Mary Luz Alzate Zuluaga / Profesora Departamento de Ciencia Política / UNAL Medellín

 

Esa frase de “Mientras la calle exista yo seguiré luchando”, que en el pasado dijera valientemente un vendedor humilde delante de las cámaras de un noticiero local en respuesta al destrozo de su mercancía por parte de la fuerza pública, no es posible ponerla en práctica por estos días, y no lo será por muchos meses. Con este panorama ¿cómo resignificar la movilización social en tiempos de pandemias?

Este es un asunto que no parece procedimental o nada más una cuestión de tiempo para las luchas sociales. Hace pocas semanas uno de los costos sociales y políticos para quienes se movilizaban era la deslegitimación pública, muy convenientemente, con el tratamiento de: vándalos, revoltosos y vagos por parte de los gobiernos de turno, los grupos privilegiados y los medios de comunicación tradicionales; agravados con las políticas de criminalización de estas protestas, cuyos desenlaces han sido la muerte, el encarcelamiento y la judicialización o, en el mejor de los casos, las calumnias y el desdibujamiento de las motivaciones de los marchantes y convocantes ante la opinión pública. En adelante habrá que agregar otros costos de carácter individual por el riesgo del contagio del COVID-19 para quienes decidan estar juntos en un plantón o en una marcha.

Cómo si no hubiera suficientes obstáculos para la construcción del poder popular y la contestación política por la defensa de la educación pública, la protesta por los feminicidios y las violencias de género o en contra de las distintas consecuencias sociales y económicas del capitalismo en su fase neoliberal.

Me propongo en las siguientes líneas una reflexión acerca de la práctica política en el escenario de un mundo post pandemia al cual nos vemos abocados, dado que surgen nuevos retos para la continuidad de las luchas colectivas, deteniéndome aquí solo en tres: 1) el futuro miedo individual al contagio en actos públicos masivos, 2) las nuevas formas de falsear la movilización social a partir de las ambigüedades, los dobles discursos (Scott, 2000) y la simulación de la acción colectiva desde un supuesto activismo virtual, y 3) las dificultades que acompañan la construcción colectiva para la movilización social complejizada, aun más, con la virtualidad.

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 5 de mayo de 2020