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Tres profesoras de la UNAL Medellín escribieron y editaron el libro Mujeres Universitarias, profesionales y científicas donde abordan políticas de equidad de género en la educación superior desde una perspectiva histórica y dan una mirada al rol educativo de las mujeres en las ciencias agrarias.

  • El libro está disponible para compra en el enlace: https://bit.ly/39mLUko

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  • Mónica Reinartz Estrada (chaqueta negra), Gloria Patricia Zuluaga Sánchez (chaqueta azul) y Ruth López Oseira (camisa negra).

    Mónica Reinartz Estrada (chaqueta negra), Gloria Patricia Zuluaga Sánchez (chaqueta azul) y Ruth López Oseira (camisa negra).

  • Ingeniería Forestal era la carrera con la mayor población femenina en 2014. Foto: cortesía Johanna Andrea Martínez Villa.

    Ingeniería Forestal era la carrera con la mayor población femenina en 2014. Foto: cortesía Johanna Andrea Martínez Villa.

    Hacia 1985 Mónica Reinartz Estrada se sumergía en lecturas que —varias veces— tuvieron un común denominador: autoras mujeres. Las novelas de Agatha Christie, Marguerite Yourcenar, Sylvia Plath, Dorothy Parker, Gioconda Belli o la poesía de Gabriela Mistral estaban entre sus obras favoritas.

    No notó lo mismo cuando ingresó a la universidad. El hecho la inquietaba; algo que siempre buscaba eran profesoras que se atrevieran a escribir algo para sus cursos. Cuando por fin se topó con algunas autoras científicas en los libros, estas no eran colombianas.

    “Mi deseo de ser científica obedecía única y a un instinto que albergaba en lo más profundo de mi ser; nunca había oído contar historias sobre mujeres científicas, nunca llegué a conocer a ninguna y tampoco vi nunca a ninguna por televisión”, escribió la geoquímica y geobióloga estadounidense Hope Jahren en su libro La memoria secreta de las hojas.

    A Mónica Reinartz, zootecnista, médica veterinaria, doctora en Ciencias de la Educación y actual profesora de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNAL Medellín, quizás le sucedió lo mismo hasta que conoció a Sonia De Greiff, docente e investigadora en genética de la UNAL Medellín. “Era la primera mujer científica que yo veía en vivo y en directo”, dice.

    Las ‘escenas’ de varias primeras veces han sido ‘grabadas’ en la Sede: En 1947 Sonny Jiménez De Tejada se graduó como ingeniera civil y de minas, convirtiéndose en la primera mujer en obtener ese título en el país. Trabajó con la Asociación Profesional Femenina en incentivar a las jóvenes que querían estudiar una carrera. Además, entre 1968 y 1970 fue diputada de la Asamblea de Antioquia y en 1975, secretaria de Servicios Administrativos de la Alcaldía de Medellín; desde ambos cargos impulsó el ordenamiento de la ciudad como su división por comunas.

    Sin embargo, no todas las ‘imágenes’ son tan conocidas o recordadas. Algunas han sido invisibilizadas y olvidadas, como fue el caso de Estela Escudero Mesa, la primera ingeniera agrónoma de Colombia graduada en la Sede. Su historia la conoció hace dos años la profesora Ruth López Oseira, del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la UNAL Medellín mientras investigaba sobre otro tema en la biblioteca de la Universidad de Antioquia.

    Cuenta que “estaba en la hemeroteca consultando la prensa de los años 40 y 50 sobre otro tema. Estaba mirando El Colombiano y, de repente, me encuentro ese nombre. Tomé una fotografía fatal y se las mandé (a Reinartz Estrada y a Gloria Patricia Zuluaga Sánchez, profesora de la Facultad de Ciencias Agrarias), haciendo catarsis. No sabíamos de ella”.

    Las tres docentes reivindican el recuerdo en el libro Mujeres universitarias, profesionales y científicas de la Editorial Universidad Nacional de Colombia y que escribieron junto con la doctora en Ciencias Sociales, Dora Isabel Díaz Susa, profesora de la Escuela de Estudios de Género de la Sede Bogotá; Lourdes Elena Fernández Ruis, doctora en psicología, profesora en las universidades de La Habana y la Autónoma de México, y Sara Lugo Márquez, bióloga, magíster y doctora en Historia de la Ciencia.

    Ellas recuperan parte del discurso ¿Por qué elegí la agronomía? que Escudero Mesa pronunció el día de su grado. En él decía: “Hoy llena de optimismo estoy segura de que no pasarán muchos años sin que en esta misma Facultad estudien muchas damas”. Así sucedió desde la primera mitad de la década del 60 cuando aumentó el porcentaje de mujeres entre las cohortes de ingenieros agrónomos egresados.

    Sus pasos los siguieron Marcela Restrepo y Ligia Pérez, quienes también ingresaron a la Facultad. La primera llegó a desempeñarse como secretaria de Agricultura de Antioquia y la segunda se dedicó a la docencia y a la investigación en la UNAL Medellín. Después se incorporó Emperatriz Calle, la primera zootecnista y más tarde, Liliana Wiesner, la primera mujer en cursar Ingeniería Forestal.

    El ingreso de las mujeres a la Facultad comenzó en 1960, pero fue en 1970 cuando se normalizó su presencia gracias a la masificación de la educación superior. Aunque transformó, “en alguna medida, estereotipos y formas de interacción personal, no se analizó cómo este proceso cambiaba la universidad e impactaba los campos disciplinarios, incidiendo en el ámbito laboral o modificando las relaciones de la institución con su contexto social y económico”, se lee en el Libro.

    Sí lo hicieron las profesoras Reinartz Estrada, López Oseira y Zuluaga Sánchez. Entrevistaron a graduadas y graduados entre 1960 y 1980. La intención fue formular hipótesis acerca de cómo estereotipos o barreras limitaron el ingreso o la trayectoria profesional o académica en el área. También, con respecto a cómo se han generado avances en ciencia y tecnología mediante “procesos contradictorios que, a la vez, incluyen y excluyen a las mujeres”, cuentan en el Libro.

    La Universidad, según la profesora Zuluaga Sánchez, se ha masculinizado, pues solo el 37 % de estudiantes que ingresan a pregrado son mujeres (2019): “En otros momentos la UNAL se ha preocupado por los temas socioeconómicos y ha buscado la manera de que ingresen personas con menos recursos económicos, pero la equidad de género también tiene que ser un indicador de calidad de la educación y también habría que preguntarse si las inquietudes sobre ciencia e investigación están atravesadas por percepciones de género, clase, etnia, etcétera”.

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    Sobre la desigualdad de las mujeres en la ciencia ha quedado registro  —por ejemplo— en la Revista Nature, la cual el 7 de marzo de 2013 publicó el especial Women’s work, en el que exponía lo mucho que faltaba en ese momento para lograr la igualdad de género en la ciencia. Tres años después, divulgó un estudio que arrojó que solo un 12 % de los integrantes de academias de ciencia de todo el mundo son mujeres.

    En Colombia, según el informe el Estado de Colciencias en convocatoria 693 del 2014 había 8.280 investigadores. 1.057 sénior de los cuales 777 son hombres y 280 mujeres. Asociados 2.064, 1.372 hombres y 692 mujeres; y júnior 5.159, 3.195 hombres y 1.964 mujeres.

    Si bien la UNAL fue pionera en crear el Grupo de Investigación Mujer y Sociedad en la década del 80, en abrir el primer posgrado en Estudios de Género y reglamentar la política institucional en equidad de género con la creación de Observatorio de Asuntos de Género en 2016, carece de diagnóstico cuantitativo y cualitativo sobre desigualdades de género.

    El propósito de cerrar la brecha, según las editoras, debe tomarse en serio dado que la tendencia de minimizarla en educación superior se ha detenido en la UNAL, institución que registra una reducción permanente del porcentaje de mujeres estudiantes de pregrado del 43 % en 1997 al 36.3 % en 2014. Asimismo, la proporción de profesoras e investigadoras de planta se ha quedado en el 28 %, aproximadamente.

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    En 1939 se inició la publicación de la Revista de la Facultad Nacional de Agronomía, pero hasta 1974 se empezaron a mostrar las contribuciones de mujeres a la ciencia en artículos como el de Sonia de Greiff: “Alteraciones en la mitosis de raicillas de Allium Cepa sometidas en un ambiente carente de oxígeno”, el de Amparo Hernández Muñoz y Luz Marina Montoya, en 1978: “Respuesta de especies de crisantemo a diferentes hormonas enraizadoras” o el de Gladys Vélez S. y Martha Cecilia Ocampo, en 1979: “Algunos aspectos sobre el manejo, reproducción y costos de producción del jaguar (panthera anca linné 1875) en condiciones de cautividad”.

    El comienzo de la Revolución Verde tuvo incidencia en la Facultad por misiones de cooperación con el Ministerio de agricultura que mediante becas de estudio de posgrado —entre otros— orientó líneas de investigación y perfiles profesionales de sus egresados ampliando posibilidades laborales de diferentes disciplinas, lo que favoreció que un mayor número de mujeres se desempeñaran allí como docentes e investigadoras.

    El estudio Mujeres rurales y nueva ruralidad en Colombia, de María Adelaida Farah y Edelmira Pérez, publicado en 2004, señala que el trabajo de campo por parte de las mujeres se dificulta en Colombia por el conflicto armado y el sistema patriarcal que va en contra de que ellas obtengan propiedades de tierras, posibilidades de educación y de creación de empresa.

    Es precisamente por eso que para Reinartz Estrada, en el campo “debe reforzarse la educación universitaria de las mujeres en áreas y carreras para garantizarles autonomía, liderazgo y calidad de vida, en lo cual la UNAL tiene una gran responsabilidad y oportunidad de servicio, aportes y gestión”.

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    El libro Mujeres universitarias, profesionales y científicas no hace alusión explícita a la responsabilidad de los hombres por propender a la equidad de género. No obstante, algunas entrevistadas destacaron el apoyo de sus familias en la decisión de estudiar una carrera. “Mi papá sí nos decía: lo único que heredan, hijos, es lo que les quede aquí (señalando la cabeza), el estudio es lo único que les sirve en la vida”, cuenta una de ellas.

    Varias de las estudiantes pioneras tenían hermanos universitarios que las alentaron a continuar, así como padres que consideraban que impulsarlas a desarrollar una carrera profesional se vería reflejado en una vía de ascenso social o en una especie de seguro económico.

    Los apoyos —sin duda— rompían cánones. Hoy, en el siglo XXI, las mujeres celebran que puedan ejercer su vocación, no como les tocó —por ejemplo— a las europeas Matilde Cherner y Amantine Aurore Dupin, quienes en el siglo XVIII debieron esconderse en los psedónimos masculinos Rafael Luna y George Sand para poderse dedicar a la literatura.

    El reconocimiento ha sido paulatino, a aquellas autoras la editorial Six Barral les publicará sus libros con sus verdaderos nombres y en la UNAL Medellín se materializó el primer libro que aborda el tema. La motivación surgió después de la pequeña ‘batalla’ que dio la profesora Zuluaga Sánchez al enterarse —en 2011— que no había nombres de mujeres entre las personas que serían reconocidas por su aporte a las ciencias agrarias y a la Facultad cuando esta cumplió 100 años.

    Para Alejandra Restrepo, docente de la Universidad de Antioquia y quien estuvo en la presentación del Libro, “hay que lograr que los varones adquieran una responsabilidad y un hacer. La violencia académica es tremendamente sutil: cuando no citan a las mujeres, cuando las interrumpen; hay que construir otras maneras de relacionarnos. Ellos deben preguntarse y dejar de deslegitimar este, un reclamo que es válido”.

    La época de Reinartz Estrada de estar en la búsqueda y expectativa de encontrar mujeres científicas se ha diluido. Ahora es una integrante del gremio y junto con sus compañeras busca visibilizar a otras como ellas, investigadoras, profesoras, autoras de artículos científicos. Así dan vida a esa palabra que se pronuncia antes de comenzar cada rodaje de una película: acción.

    El Libro, según la profesora Zuluaga Sánchez les quitó —a ella y a sus compañeras—  la ingenuidad sobre la neutralidad y la universalidad de las instituciones como la universidad y la ciencia.

    (FIN/KGG)

    11 de febrero del 2020