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El profesor Juan Guillermo Gómez García es un torrente de palabras, palabras que se hacen ideas, ideas que tienen sentido, sentido que hipnotiza a sus interlocutores. Él parece saberlo, pero la verdad es que lo ignora por completo. Mientras habla solo lo inspira un propósito: compartir, compartir todo lo que sabe, ha leído e intuye sobre el pensamiento latinoamericano, tema que lleva décadas estudiando y que recientemente le mereció el premio Leopoldo Zea del Instituto Panamericano de Geografía e Historia.

  • El profesor Juan Guillermo Gómez García también se asume como un ciudadano comprometido.

    El profesor Juan Guillermo Gómez García también se asume como un ciudadano comprometido.

  • Cultiva con sus estudiantes una relación de intelecto y amistad.

    Cultiva con sus estudiantes una relación de intelecto y amistad.

  • Sus libros sobre la historia intelectual de América Latina son un aporte fundamental para entender la realidad del continente.

    Sus libros sobre la historia intelectual de América Latina son un aporte fundamental para entender la realidad del continente.

    A veces, mientras habla, cierra los ojos como perdiéndose, o tal vez encontrándose, en los pensamientos que se cuecen dentro suyo durante la conversación. Entonces, de improvisto, los abre y mira fijo; tras la barrera de las gafas esos ojos chiquitos, azules, se vuelven un agujero negro de conocimiento que el otro anhela desvelar.

    “Creo que soy el único profesor en el país con dos titularidades”, declara. En efecto, es catedrático titular de la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín hace unos 15 años y de la Universidad de Antioquia hace ya 20, desde que regresó al país tras una larga estancia en Alemania.

    En marzo de 1989 se publicó El general en su laberinto, de Gabriel García Márquez. En abril, tras unos pocos años de ejercer el derecho, carrera que estudió por presión familiar más que por amor: lo suyo era la filosofía, Juan Guillermo abordó un avión jumbo y se fue “huyendo” a Alemania. “Durante el vuelo leí esa novela como un exiliado más y lloré todo el viaje. Me sentí muy conmovido”, rememora.

    Me conmovió la novela, continúa contando, “porque lo que le sucede a cualquier joven en Colombia con cabeza sana y espíritu inconforme es que detesta el país. En mí el sentimiento de desarraigo y la desazón por una sociedad tan destrozada desde siempre eran infinitos, además, la impotencia que genera ver que nada cambia me hizo llorar”. Y por eso, insiste, la suya fue una huida: escapó del miedo y de la angustia, animado por la esperanza de estudiar y de liberarse individualmente para regresar a cambiar el país.

    “Pero uno no cambia nada” dice y luego duda: “Bueno sí, uno se cambia a sí mismo”. Entonces sonríe en una expresión entre nerviosa y burlesca. El profesor Juan Guillermo es crítico de la realidad y, por lo mismo, especialista en reírse de ella, algo para lo que no se mesura, dice lo que siente y por eso, subraya, “es fácil pelearse conmigo”.

    De Alemania regresó con un Doctorado en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Bielefeld, ya no con la obsesión de cambiar el país, pero sí decidido a impactar, por lo menos las vidas de sus estudiantes.

    “Llegué a la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquia, gracias a Gustavo Valencia, entonces estaba Jaime Ochoa como decano y Eumelia Galeano era la directora del pregrado de Sociología, menciono nombres porque la gratitud con quienes uno se vincula es un asunto elemental. Me tocó una tarea casi autodidacta de aprender Sociología e Historia”, recuerda, mientras asegura, a manera de broma muy seria, que su área de conocimiento: historia o filosofía de la historia como prefiere llamarla, es transgénero.

    “Mi tarea es sobre la historia intelectual de América Latina, un campo interdisciplinar donde aparecen tanto la historia de las ideas, la sociología de la cultura y los estudios literarios; así que uno no sabe si amanece macho y en la tarde transita a hembra y luego se siente gay. Es un campo abierto que se está construyendo y por el cual se fluye”, resalta.

    Es justamente en ese campo de estudio donde ha logrado gestar transformaciones por cuenta de haber inspirado a otros: “yo creo que he logrado cambiar a los estudiantes, tal vez a unos 30; y es que es ese es nuestro único rango de acción. Todo lo demás es falsedad”, asegura.

    Entonces ilustra el cambio con una anécdota plagada de esperanza: “tuve un estudiante que hoy es uno de los mejores sociólogos y teóricos de sociología que hay en Colombia y a quien quiero mucho. Yo estaba recién llegado de Alemania y era coordinador de un grupo de investigación en el que él estaba y era responsable de unas tareas. Y resulta que cuando tuvimos que entregar a Colciencias toda la información, encontré que durante meses él no había hecho nada, este muchacho me había engañado por tres meses”.

    Desde que asumió como docente Juan Guillermo tiene una bandera: no vigilar a nadie, su mejor método de evaluar es darle sus contraseñas a los estudiantes para que ellos se autoevalúen y se pongan la nota que creen merecer “con base en lo que han desaprendido conmigo”. Por eso no se dio cuenta del engaño.

    Entonces, retoma, “la decana me mandó un oficio para increparme por esa situación y yo le dije al muchacho: ‘escríbale a la decana y le explica que usted fue el que me engañó a mí, y tiene una segunda oportunidad’. Eso, en lugar del castigo, lo sorprendió mucho y claro él hoy es una persona extraordinaria. Cambió su vida”. Esas son las transformaciones que acredita el profesor Juan Guillermo; de ahí también su manera de ver los estudios universitarios como un compromiso de superación con cada uno y con el país.

    Por encima, su discurso parece el de un hombre tan excesivamente realista que terminó por caer en el pesimismo; lo cierto, sin embargo, es que es un optimista consumado, cree en la acción trasformadora del universo individual que repercute sobre el colectivo.

    “Tan optimista soy que me he casado tres veces, o sea, creo en la institución matrimonial. Y si me toca la cuarta, me caso la cuarta”, comenta gracioso.

    Del mismo modo, cree en la vida académica, en la docencia, en la literatura, en la filosofía, en su hija Magdalena, en los animales (vive con cuatro), en amar a los estudiantes, en la historia intelectual de América Latina, en su propia historia hecha de logros y frustraciones, y en tantas cosas de las que habla de chorro en la misma conversación sin perder el hilo conductor ni la coherencia. En un momento, como haciendo conciencia de todo lo que ha dicho y de que podría seguir, pero basta de “carreta”, se detiene y, solemne, profiere: “es suficiente”.

    (FIN/CST)

    22 de noviembre del 2019