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Tenía 18 años recién cumplidos y 45 niños de entre tres y cuatro a quienes cuidar, entretener y ayudar a formar como parte de su quehacer de maestra jardinera del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF); era su primer trabajo con niños y Gloria Cecilia Arroyave Ochoa solo tenía clara una idea: “con los chiquitos lo que hay que hacer es jugar”.

  • Para ella la mejor manera de llegar a un niño y garantizar su aprendizaje desde el disfrute es el juego. Foto cortesía.

    Para ella la mejor manera de llegar a un niño y garantizar su aprendizaje desde el disfrute es el juego. Foto cortesía.

  • Los niños también le enseñaron que la vida a veces llega con dificultades, pero aun así hay que ser feliz.

    Los niños también le enseñaron que la vida a veces llega con dificultades, pero aun así hay que ser feliz.

  • Sus años como profesora de la Escuela de la Universidad fueron los de mayor crecimiento profesional y personal.

    Sus años como profesora de la Escuela de la Universidad fueron los de mayor crecimiento profesional y personal.

  • Su hijo Carlos Felipe Caro Arroyave también es hijo de la UNAL: estudió en la Escuela, es egresado de Ingería Eléctrica y estudiante de la Maestría en Matemáticas. Además, quiere ser docente universitario. Foto cortesía.

    Su hijo Carlos Felipe Caro Arroyave también es hijo de la UNAL: estudió en la Escuela, es egresado de Ingería Eléctrica y estudiante de la Maestría en Matemáticas. Además, quiere ser docente universitario. Foto cortesía.

  • Gloria Arroyave llegó a la Universidad Nacional de Colombia en 1995.

    Gloria Arroyave llegó a la Universidad Nacional de Colombia en 1995.

    Se consiguió un tambor de madera y así como el flautista de Hamelín encantó a los ratones, ella capturó la atención de los niños que “a un golpe de instrumento podían convertirse en mariposas, en serpientes, en esqueletos o en cualquier ocurrencia. Así comencé”, relata.

    Gloria Cecilia Arroyave Ochoa es la coordinadora del Programa Niños Científicos de la UNAL Medellín y cuenta satisfecha que siguió su vocación de maestra y dedicó más de tres décadas a la formación de la primera infancia.

    “Tengo un recuerdo muy bonito de mi infancia: mi mamá era la encargada de servicios generales en una institución de educación infantil y nosotros (10 hermanos: siete mujeres y tres hombres) íbamos muchas veces a su lugar de trabajo a ayudarla o a acompañarla y allá jugábamos a la escuelita en un lugar contextualizado porque teníamos tizas, pupitres, pizarras… todo de verdad. Eso me marcó mucho”, cuenta.

    Como maestra jardinera del ICBF Gloria percibió la necesidad de capacitarse para desempeñar su labor: “yo sentía que para darles lo mejor de mí a los niños debía formarme”. Así que empezó a estudiar una tecnología: Pedagogía en Educación en Danzas en la Escuela Popular de Artes (EPA). “yo sentía que mediante la danza podría fortalecer en los niños la expresión corporal desde la lúdica, el juego y el disfrute. Además, a nivel personal yo me divertía tremendamente y me regocijaba estar aprendiendo y gozando para luego poder enseñar eso”, cuenta.

    Además de sus estudios en la EPA, Gloria aprovechó muchos de los cursos y capacitaciones que el ICBF le brindó durante sus 11 años de servicio y que complementaron su formación. Esa experiencia fue determinante para lo que vendría: ya casada y con un bebé de un año la vida le puso al frente la oportunidad de trascender en el ejercicio de su profesión.

    Un domingo de principios de 1995 su esposo estaba leyendo la prensa y vio un avisó, la conversación que se desató pareció tan superflua como el tamaño del anunció; para Gloria, sin embargo, fue determinante, de hecho, comenta que hasta hace muy poco se deshizo del recorte de periódico que guardó por años. ­ “¿Mija, mirá: la Universidad Nacional tiene una escuela y están buscando una profesora”, le dijo su esposo. “¿Si?, mostrame”, respondió ella y recortó el pedazo.

    “Era un cuadrito chiquito y decía: Universidad Nacional de Colombia requiere instructora para guardería. Los requisitos eran haber hecho hasta cuarto de bachillerato y tener mínimo dos años de experiencia. Mientras leía eso yo me dije: ‘esto es para mí’”, recuerda conmovida.

    El proceso empezó en febrero y el 1 de julio de 1995 Gloria Arroyave asumió dos nuevos retos en su vida: ser profesora de la Escuela de la Universidad Nacional de Colombia en Medellín y profesionalizarse. Su vida se redujo a estudiar, trabajar, ser mamá y esposa, “yo vivía corriendo de un lado para otro”, comenta; pero el esfuerzo valió la pena: se licenció en Educación Básica con énfasis en Tecnología e Informática en la Universidad Luis Amigó.

    “La Escuela de la Universidad es un lugar lleno de pluralidad en el que desde los profesores hasta los padres de familia y, por supuesto, los niños, experimentamos un proceso de aprendizaje constante con respecto a sí mismos y a los otros”, resalta y agrega que en sus 21 años allí no solo enseñó en todos los grados: prejardín, jardín, transición primero, segundo, tercero, cuarto y quinto, sino que también, y sobre todo, enriqueció su dimensión humana gracias a los niños, “grandes maestros”.

    Esos años están llenos de anécdotas que ella refiere con una mezcla de buen humor, alegría y nostalgia. Una de sus historias favoritas es la del rincón de la convivencia. A raíz de un decreto mediante el cual la Secretaria de Educación mandaba a los profesores de básica primaria a reflexionar con los niños sobre la convivencia, la profe Gloria y su compañera Margarita crearon ese espacio en el salón de prejardín y jardín, pero llevaron el mandato más allá de la enseñanza.

    “Además de explicarles a los niños el concepto ubicamos en el rincón dos sillas y les dijimos que ese lugar era para sentarse a dialogar cuando entre los amigos se presentara algún problema. Ellos lo entendieron perfectamente a tal punto lo interiorizaron que en cualquier momento empezaba una pelea por un juguete o algo y ellos, voluntariamente, sin intervención nuestra, se agarraban las manitos, iban al rincón, hablaban un rato, se abrazaban y se reintegraban a la dinámica de la clase como si nada hubiera pasado”, narra y se pregunta cuándo dos adultos solucionan tan sencillamente sus desavenencias.

    Los niños, refiere, le enseñaron a comprender la realidad desde la fantasía y la inocencia, así como desde el amor y el perdón, para ella dos valores fundantes en todo proceso de convivencia.

    Además de tecnologías e informática la profe Gloria les dictó a los niños de la Escuela clases de lúdica y danzas, en sus últimos años allí se ocupó también de la huerta y aprovechó ese lugar para llevar más allá el proceso formativo de los niños: en un cultivo orgánico de tomate cherry muchos aprendieron a sumar y a contar, pero también recibieron lecciones de respeto por todas las formas de vida que habitan el plantea, de convivencia y cuidado de sí y de los otros.

    Debido a problemas de salud Gloria Arroyave tuvo que tomar la difícil decisión de dejar su quehacer como profesora en la Escuela de la UNAL Medellín. Tras varios años de duelo y de aceptar que debía empacar otra maleta para emprender una nueva aventura de vida, en diciembre de 2015 se despidió de su último grupo de prejardín. Y en abril de 2016 empezó a escribir un nuevo capítulo profesional como coordinadora del programa Niños Científicos adscrito a la Dirección de Investigación y Extensión de la Institución.

    “Niños Científicos me dio la oportunidad de recuperar la confianza en mí, de proponer un trabajo desde una óptica distinta y de seguir creciendo, aprendiendo de lo que me rodea y compartiendo el conocimiento porque dar y darse es muy satisfactorio; eso se regresa multiplicado en experiencias y en felicidad”, dice.

    Gloria Cecilia Arroyave Ochoa Se ha inventado y reinventado a partir de sus experiencias; su memoria está llena de historias y enseñanzas que le han dejado más de 30 años de guiar, apoyar y mostrar caminos hacia el fortalecimiento humano de quienes para ella son los maestros más auténticos: los niños.

    (FIN/CST)

    26 de julio del 2019