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La imagen de una mujer recostada en una hamaca leyendo como si no existiese otra posibilidad en la vida la describe bien, ver a la misma persona perdiéndose en el encanto de un paisaje y explicando con empeño por qué el horizonte se pinta de valles, ríos, colinas y demás, la representa aún mejor. Ríe con fuerza, habla con claridad y se identifica con la franqueza y la transparencia. Ella es Verónica Botero Fernández, la primera mujer en llegar a la decanatura de la Facultad de Minas en 131 años.

  • Verónica Botero Fernández es la primera mujer en ocupar la decanatura de la Facultad de Minas en 131 años.

    Verónica Botero Fernández es la primera mujer en ocupar la decanatura de la Facultad de Minas en 131 años.

  • La profesora ha estado en otros cargos académico-administrativos en la Universidad.

    La profesora ha estado en otros cargos académico-administrativos en la Universidad.

  • Para ella la docencia permite vislumbrar horizontes infinitos.

    Para ella la docencia permite vislumbrar horizontes infinitos.

  • Es crítica y firme en sus convicciones, se siente orgullosa del camino que ha recorrido.

    Es crítica y firme en sus convicciones, se siente orgullosa del camino que ha recorrido.

     

    Su historia en la Universidad Nacional de Colombia empezó en los años 90 cuando se dio cuenta de que no sabía dónde estaba parada, literalmente, porque sus ideas estaban centradas en la necesidad de conocer las rocas que pisaba. Estudiaba Ingeniería Civil en Eafit pero su interés en la geología la trajo hasta la U.N.

    Por aquella época había dos programas de Geología en la Universidad: uno en la Facultad de Ciencias, el que eligió, y otro en la de Minas con un enfoque hacia la ingeniería. El comienzo de su caminar en la Sede estuvo marcado por un episodio que la emparentó con un asunto que la acompaña en todos los aspectos de su vida: el interés por los temas relacionados con la equidad de género. 

    “Yo recuerdo que saqué el puntaje más alto de admisión a la Universidad y el decano de Ciencias de entonces, que era el profesor Luis Alfonso Vélez Moreno, me mandó a llamar porque le parecía muy raro, primero, que fuera mujer y, segundo, que me hubiera presentado a una carrera a la que la gente llegaba por segunda opción. Fue peculiar esa reunión pero yo le dije: ‘a mí me gusta’”, recuerda.

    Estudió alrededor de cuatro años en la Sede y no terminó la carrera porque ya graduada de Ingeniería Civil pudo acceder a un beca de posgrado fuera del país, sin embargo destaca que su pasó por la U.N. le hizo entender lo que significaba estudiar por amor.

    “Yo disfrutaba ir a la biblioteca y sacar un libro de geomorfología, de geología física, de geoquímica, de cualquier cosa que tuviera que ver con el tema”, asegura. Y aunque abandonó el pregrado de sus afectos siguió marchando por la senda que ese amor le marcó pues se decantó por una Maestría en Cartografía Geológica.

    Vivió en Holanda durante dos años, cuando regresó al país se vinculó a una compañía de consultoría en temas de ingeniería y fue incursionando tímidamente en la docencia. Dictaba algunas cátedras en la Universidad Eafit y otras en la Escuela de Ingeniería de Antioquia, ya convencida de que seguir formándose y enseñar era lo suyo presentó dos convocatorias para ser docente universitaria, una de ellas en la U.N. Sede Medellín.

    “Pasé las dos, pero cuando pregunté acá por la posibilidad de seguir formándome me dijeron que no era una posibilidad sino un requisito, así que no tuve que pensar más y acá estoy”, cuenta. Tras superar el periodo de prueba buscó una beca de formación doctoral y nuevamente Holanda fue su destino, esta vez por cuatro años durante los cuales también vivió en Alemania y Nepal.

    De sus años en el exterior valora, sobre todo, que pudo conocer, mirar, probar, cuestionarse y sorprenderse. “Fue muy enriquecedor llenarme con las experiencias de compañeros de otros países y su forma de ver el mundo. Más allá de los espacios académicos, los lúdicos, las fiestas y demás fueron importantes para entender de primera mano cómo vivían en otros lugares y cómo funcionaban sus sistemas políticos, educativos, en fin”, relata. 

    La experiencia en la docencia, dice, le ha dejado satisfacciones: el gusto de ver a sus estudiantes graduarse y alcanzar el éxito, los mensajes de agradecimiento y reconocer los rostros de quienes vuelven para decirle que ella los inspiró.

    “La docencia me gusta porque posibilita seguir estudiando y aprendiendo; es como un horizonte infinito en el que uno se pone el límite”, destaca. Eso mismo les transmite a sus estudiantes, en quienes ha tratado de dejar la impronta de que más importante que ser profesionales es ser buenas personas, de que hay que usar el cerebro y de que todos los temas y áreas del conocimiento son susceptibles de ser tratados en tanto tienen una relación directa con la vida.

    A Verónica la Universidad le ha dado un espacio para crecer profesionalmente. Admite que la Facultad de Minas estaba en mora de que una mujer accediera a la decanatura y sabe que está donde está por mérito y por el trabajo de las mujeres que empezaron a abrir esa brecha. “Pero estamos apenas empezando, esto es solo un pedacito porque nos falta acceder a muchas cosas y cambiar la forma de pensar respecto al tema de género en la Facultad”.

    Detrás de la primera Decana de la Facultad de Minas, de la académica, de la mujer estudiosa y la lectora encarnizada, hay una madre comprometida y una esposa dulce que camina todos los días hacia cómo ser una mejor persona, capaz de hacer del mundo un buen lugar para sí y para los otros porque sabe que “la humanidad es un evento minúsculo en la historia geológica”.

    (FIN/CST)

    3 de agosto del 2018