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Corrían los agitados 60’ y mientras el ingeniero civil Gabriel Márquez trabajaba en el Laboratorio de Suelos, Marco Antonio, el mayor de sus cuatro hijos, disfrutaba la Universidad Nacional de Colombia como un niño: jugaba, cogía mangos, se bañaba en la piscina, coleccionaba rocas que más tarde su padre le ayudaba a identificar y soñaba, soñaba con ser geólogo y músico. Con los años, la vida lo fue conduciendo por los caminos que él vislumbró.

  • Marco Antonio Márquez Godoy es profesor de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín.

    Marco Antonio Márquez Godoy es profesor de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín.

  • Su padre, el ingeniero Gabriel Márquez, le heredó el amor por la Universidad. Foto: cortesía.

    Su padre, el ingeniero Gabriel Márquez, le heredó el amor por la Universidad. Foto: cortesía.

  • Le transmite a sus estudiantes la idea de que es importante formarse profesionalmente pero lo es más formarse como personas, desde el ser.

    Le transmite a sus estudiantes la idea de que es importante formarse profesionalmente pero lo es más formarse como personas, desde el ser.

  • Se enamoró a primera vista de los ritmos que el Brasil ofrecía en forma de Samba y Bossa Nova. Foto: cortesía.

    Se enamoró a primera vista de los ritmos que el Brasil ofrecía en forma de Samba y Bossa Nova. Foto: cortesía.

  • “Viver, e não ter a vergonha de ser feliz” es para él un cántico de vida.

    “Viver, e não ter a vergonha de ser feliz” es para él un cántico de vida.

    En 1978, el mismo año en que su padre fue nombrado vicerrector de la Sede, Marco Antonio ingresó a Ingeniería Geológica, para entonces ya reconocía una gran cantidad de minerales gracias a sus colecciones de infancia y aunque se sentía identificado con la carrera, la figura de la música, más presente que nunca, le taladraba la cabeza y el corazón.

    “A mí me tocó la época dura de las huelgas, es más, me demoré 10 años en terminar”, cuenta y agrega entre risas que era vago y perdía materias, aunque nunca las de Geología. “Además, yo me debatía entre la música y la carrera, incluso en una época me salí de la Universidad durante un año y medio o más”, pero retomó la profesión gracias a la influencia del geólogo Michel Hermelin.

    Durante el tiempo que Marco Antonio permaneció sin estudiar no se quedó quieto: la música tuvo su momento dichoso. La vena artística le viene de familia, por el lado de su padre estaban la Coral Bravo Márquez y el músico José María Bravo Márquez, fundador del Orfeón Antioqueño; por el de la madre, los poetas. Desde siempre estuvo en contacto con bonitas melodías, a veces se encantaba escuchando a su papá tocar el acordeón, y a los 10 años comenzó por su cuenta a rasguear la guitarra.  

    A sus 15 años ya había hecho un dueto con un amigo, tocaban boleros, bambucos y pasillos. En sus últimos años en el Colegio San Ignacio, también con amigos, formó su primer grupo musical, entonces la balada rock era su género y llegaron a participar en festivales de la canción. Pero fue en la Universidad Nacional de Colombia donde el amor por la música se avivó, especialmente por la música brasilera que descubrió gracias a un compañero.

    “Acá conocí a un personaje: Mauricio Torres, flautista. Conversando nos dimos cuenta de que ambos éramos músicos y él me dijo ‘ve, montemos un grupo’, y me preguntó que si de música andina o brasilera; recuerdo que le dije mostrame la música brasilera que no la conozco”. Y Marco Antonio se enamoró a primera vista de los ritmos que el Brasil ofrecía en forma de Samba y Bossa Nova.

    Así nació el Quinteto instrumental de bossa nova, a ritmo de flauta, guitarra, piano, bajo, y batería y con la complicidad de los antiguos amigos del colegio; tocaban en el Museo El Castillo, en recitales, en la Cámara de Comercio de Medellín y dónde los llamaran. En ocasiones lo bueno dura poco para dar paso a algo mejor, el flautista renunció y apareció en escena la voz melodiosa de Ángela Santacruz y montaron un nuevo grupo: Bossamba.

    Para entonces la música en la vida de Marco Antonio era tan seria como la carrera que había decidido parar, llegó a saberse 150 canciones brasileras, y aún las recuerda. “En ese tiempo apareció en mi vida mi hermano brasilero, Edson Quesada, un percusionista de locura, y con él montamos el grupo Magia branca ya con músicos profesionales, y un grupo de bailarinas de samba”.

    Con Magia branca recorrieron parte Colombia: Medellín, Bogotá, Cartagena, Pereira, Barranquilla, donde en una oportunidad fueron los teloneros del Joe Arroyo, y muchas ciudades se deleitaron con el encanto de su magia blanca. “Después de esa cúspide me di cuenta que manejar tanta gente era muy complejo y empecé a montar grupos más pequeños y decidí también terminar mi carrera: mejor dicho, me ajuicié”, cuenta.

    Se graduó como Ingeniero Geólogo de la U.N. y empezó a trabajar en el Ministerio de Minas y Energía, donde se le presentó la oportunidad de ir a Brasil, el país de sus amores, a estudiar una Maestría en Geología. Le fue tan bien haciendo el posgrado que la Universidade de Brasilia le dio una beca para continuar sus estudios doctorales también en Geología.

    “Ahí sí me la tomé en serio”, dice haciendo un chiste sobre sus 10 primeros años universitarios, de hecho, su tesis doctoral no tuvo correcciones, lo que en Brasil es la máxima distinción equivalente a una tesis laureada en Colombia. En el país de la samba, a donde llegó como consecuencia también de su amor por la música, esta pulsión disminuyó y Marco Antonio se consagró a su carrera. “Me dediqué, estudié y disfruté mucho. Ahí me metí en mi área de trabajo que es la mineralogía aplicada y la biotecnología aplicada en minería y en ingeniería de materiales”, dice.

    De Brasil regresó en noviembre de 1999 y en el 2000 empezó como profesor ad honorem en la Facultad de Ciencias la Sede. Entre tanto, pasó dos convocatorias para ser docente, una en la Universidad de Antioquia y otra en la Universidad Nacional de Colombia; finalmente, se decantó por su alma máter donde es profesor desde el 2001 y donde fundó el Grupo de investigación Mineralogía Aplicada y Bioprocesos y el Laboratorio de Biomineralogía y Biohidrometalurgia.

    “La docencia es hermosa, es una de las pasiones más grandes junto a la Música y la Geología. Creo que es una de esas cosas tan bonitas que uno se levanta y dice ‘estoy haciendo patria’. Yo trato de pasarles a los estudiantes la idea de que es importante formarse profesionalmente pero lo es más formarse como personas, desde el ser”.

    Con las melodías de la Garota de Ipanema, el Escravo da alegria, Wave, Corcovado, Disritimia y la música que lo hace sonreír como telón de fondo, Marco Antonio destaca que su relación con la U.N. y su amor por ella es por convicción y porque cree en una educación social y comprometida con el ser humano en la que lo más importante es hacer las cosas con amor.

    Ahora, Marco Antonio está en procura de formar un nuevo grupo pues quiere volver a entonar la canción de Gonzaguinha que se convirtió en su himno de vida porque le recuerda todo el tiempo que la vida es bonita: “viver, e não ter a vergonha de ser feliz; cantar (e cantar e cantar) a beleza de ser um eterno aprendiz. Eu sei que a vida devia ser bem melhor e será, mas isso não impede que eu repita é bonita, é bonita e é bonita”.

    (FIN/CST)

    7 de junio del 2018