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Investigadores de la Facultad de Ciencias Agrarias diseñaron y optimizaron materiales y métodos innovadores que usaron en un proyecto piloto de restauración en los municipios de Liborina, Buriticá, Toledo e Ituango (Antioquia). Junto con habitantes de estos municipios, cuidaron y protegieron la regeneración natural y los bosques, sembraron plántulas, entre otras acciones. Todo con el mismo esmero con el que se cuida una vida débil para procurar la sobrevivencia y recuperación de un ecosistema tan importante.

 

  • Bosque tropical seco

    Bosque tropical seco

  • Métodos desarrollados y optimizados

    Métodos desarrollados y optimizados

     

    En un inicio, los investigadores subieron cuestas, atravesaron un puente sobre el río Cauca, soportaron altas temperaturas y, sin importar las difíciles condiciones, indagaron para proponer las mejores posibilidades para la labor de recuperar varias áreas de bosque seco tropical en Antioquia, como parte del proyecto de Empresas Públicas de Medellín (EPM) con el cual la entidad debe recuperar 16.789 hectáreas (ha) tras la inundación de 4.160 ha para el desarrollo del embalse del Proyecto Hidroeléctrico Ituango (Hidroituango).

    Durante tres años, los investigadores se movieron entre terrenos áridos, cercaron áreas y ensayaron distintos métodos, probando cuáles eran las especies más idóneas para el enraizamiento y rebrote en este tipo de suelo. Entre ellas están las que comúnmente se conocen como almácigo, ceiba tronadora, ciruelo jobo, indio desnudo y noro. Se sembraron más de 55.000 árboles y se hizo enriquecimiento con especies raras o localmente extintas.

    Instalaron perchas, que son estructuras de madera para facilitar que las aves se posen y dispersen semillas. Con ingenio e interés probaron formas de siembra y riego, definieron acciones de manejo y silvicultura, y analizaron la sobrevivencia de los árboles por especie, en distintos periodos y lotes, ya sea en “Llano María” o en la “Loma Patarriba”; en este último sitio afrontaron los mayores desafíos, debido a las altas temperaturas y a la escasez de agua.

    El ecosistema de bosque seco tropical protege a los suelos de la desertificación y proporciona, además, múltiples servicios ecosistémicos, entre ellos la captura y almacenamiento de dióxido de carbono, lo que contribuye a mitigar el cambio climático.

    En Colombia está distribuido en el Caribe, los valles interandinos de los ríos Cauca y Magdalena, la región norandina en Santander y Norte de Santander, el valle del Patía, Arauca y Vichada en los Llanos. Según el Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, se distribuye entre los 0 y 1.000 metros sobre el nivel del mar (msnm), presenta temperaturas mayores de 24°C y dos periodos de sequía al año.

    Según el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, originalmente el ecosistema cubría más de nueve millones de hectáreas en Colombia, de las cuales solo queda un 8%.

    Lecciones aprendidas

    Hay algo que es muy claro para los investigadores y en lo que son enfáticos: reforestar no es necesariamente sinónimo de restaurar. Así lo advierte el profesor del departamento de Ciencias Forestales de la Facultad de Ciencias Agrarias, Flavio Moreno, coordinador del Proyecto de Restauración Ecológica realizado para Hidroituango. La experiencia académica, y este proyecto en especial, les dejaron otras reflexiones y aprendizajes que él destaca:

    • La siembra de árboles es solo una de varias estrategias, como también lo puede ser cercar los terrenos, que es una opción sencilla e importante para evitar el ingreso de ganado a áreas dispuestas para la recuperación.
    • Usar estacas, en lugar de sembrar árboles producidos por semillas, es una excelente opción para aprovechar otras ventajas de muchas especies propias de la región.
    • El agua es el factor ambiental que más limita el proceso en estas condiciones. Para superar esta barrera se requiere de riego, sobre todo durante el primer año, pero también de otras estrategias, como la aplicación de hidrorretenedores, la selección de especies resistentes a la sequía y el aporte de materia orgánica y de microorganismos en el sustrato.
    • El principal aliado u opositor del proceso de restauración es la comunidad. Su participación es fundamental, aun cuando se trabaje en predios privados.
    • La educación ambiental es necesaria y pertinente para lograr que la comunidad sea una aliada del proceso. También para controlar y vigilar los incendios durante épocas de sequía.

    Todos aprenden, todos cuidan

    Los investigadores atendieron las necesidades de cuidado de un ecosistema amenazado que poco a poco debe ser restaurado, pero esa labor se desarrolló con la comunidad de las áreas en las que se realizó el proyecto, quienes, como enfermeros, prestaron servicios para acompañarlos en la tarea de sembrar y cuidar plántulas, identificarlas y monitorearlas. Por ello, dice el profesor Moreno Hurtado, la Universidad migró de ser la ejecutora del proyecto a la facilitadora, porque el proceso implicó crear capacidades entre las juntas de acción comunal de la región, quienes se espera que continúen con esta labor en el mediano plazo.

    Gracias a ese trabajo de sinergia se avivó y se hizo consciente un vínculo con la naturaleza. El docente lo cuenta y se siente orgulloso: “Estamos asistiendo a un cambio cultural de una comunidad y la Universidad es parte de eso. La comunidad se vio abocada a impactos sociales fuertes, pues de ser fundamentalmente mineros han ido avanzando paulatinamente a volverse conservacionistas, guardabosques, expertos en viveros y siembra”.

    Para la muestra un botón, dice el profesor, pues pese a que el proyecto piloto finalizó, los habitantes de las zonas están pendientes, por ejemplo, de avisar cuando el ganado irrumpe en las áreas destinadas a restauración, para solicitar que lo saquen de allí, de manera que no interfiera con el crecimiento de los árboles.

    Calcular el éxito

    Los procesos de restauración de bosque seco tropical tardan décadas, pues por limitaciones de clima y ambiente las tasas de crecimiento de la vegetación son muy lentas. Teniendo esto en cuenta, de acuerdo con el docente Moreno Hurtado, para evaluar el éxito del proceso se pueden necesitar más de 50 años.

    El éxito se determina en la medida en que prolifere la biodiversidad: “En restauración los primeros componentes serán las plantas, cuyo desarrollo y variedad se va monitoreando; también se hace monitoreo de fauna, la cual también debe ser restaurada; ésta debe aumentar, al igual que todos los grupos biológicos. La colonización ocurre de manera progresiva”.

    En ese sentido, para inspeccionar cómo avanza la restauración es necesario el monitoreo constante, para identificar y corregir posibles barreras en algunos terrenos. Eso es lo siguiente para el proyecto: el seguimiento, tal y como como se hace con cualquier ser vivo en recuperación. Puesto que el proceso de restauración es de largo plazo, el monitoreo debe realizarse periódicamente para registrar cómo avanza, al menos cada 3 a 5 años, y perdurar en el tiempo.

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    (FIN/Unimedios Medellín)

    *Este artículo fue publicado en noviembre de 2022, en la primera edición de la Revista Misión Ciencia.
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