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Recientemente fue reconocido como profesor honorario de la UNAL Medellín. Es para él una señal de respaldo y un mensaje de fortaleza y acompañamiento a la labor de la Comisión de la Verdad, en la cual hizo un gran trabajo, según coinciden quienes lo conocen. Se siente orgulloso por la designación. El próximo semestre dictará un curso que combinará reflexiones sobre justicia transicional, guerra, memoria y verdad, los temas a los que ha dedicado su inquietud académica y a los que lo ha atraído su sensibilidad. Semblanza de un hombre que, desde su intelecto y humanidad, ha aportado al país.

  • Max Yuri Gil Ramírez ofrecerá el curso junto con la profesora de FCHE Mary Luz Alzate. Foto: cortesía Max Yuri Gil Ramírez.

    Max Yuri Gil Ramírez ofrecerá el curso junto con la profesora de FCHE Mary Luz Alzate. Foto: cortesía Max Yuri Gil Ramírez.

  • El trabajo en la Comisión de la Verdad fue para él, el más descomunal y uno de los más significativos. Foto: cortesía Max Yuri Gil Ramírez.

    El trabajo en la Comisión de la Verdad fue para él, el más descomunal y uno de los más significativos. Foto: cortesía Max Yuri Gil Ramírez.

  • Max Yuri Gil Ramírez y su amigo y exdirector de tesis, Óscar Almario García (de corbata roja), fueron distinguidos recientemente. Foto: cortesía Óscar Almario García.

    Max Yuri Gil Ramírez y su amigo y exdirector de tesis, Óscar Almario García (de corbata roja), fueron distinguidos recientemente. Foto: cortesía Óscar Almario García.

  • Max Yuri considera a su amigo Óscar Jaime Restrepo Baena como un hermano que la vida le dio. Foto: cortesía Óscar Jaime Restrepo Baena.

    Max Yuri considera a su amigo Óscar Jaime Restrepo Baena como un hermano que la vida le dio. Foto: cortesía Óscar Jaime Restrepo Baena.

  • Trotar es para Max Yuri una forma de aprovechar el ocio. Foto: cortesía Max Yuri Gil Ramírez.

    Trotar es para Max Yuri una forma de aprovechar el ocio. Foto: cortesía Max Yuri Gil Ramírez.

    El nombre se lo puso su padre, quien “tuvo una educación limitada, pero era lector”, cuenta Max Yuri. El primero viene de un autor: Max Planck, un físico alemán, de quien su padre tuvo un libro en la biblioteca. El segundo, Yuri, se debe a Yuri Gagarin, el primer hombre y cosmonauta ruso que viajó al espacio, en abril de 1961.

    Max Yuri nació en Medellín en 1967 en un hogar de clase media. En 1977 su familia tuvo una “quiebra tremenda”, dice, y eso significó dejar la ciudad e irse a vivir al pueblo del papá, que era Itagüí. En ese momento, a pesar de la gran concentración de industria, era un municipio que no tenía ni una calle pavimentada, ni agua potable.

    Quizás ahí se incubaron sus inquietudes. “Era un hervidero social y político muy grande. Eso marcó mucho de mi historia, por el Movimiento Cívico de Itagüí, el movimiento social, la protesta urbana, fueron cosas que, en su momento, me llamaron mucho la atención, y en 1981 me pasé para un colegio público, el Enrique Vélez Escobar; era el de más alto nivel académico y el más revoltoso, me sentí bastante cómodo, y ahí terminé el bachillerato”, recuerda.

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    Quiso estudiar Medicina y se presentó a la Universidad de Antioquia, no fue admitido. Se presentó a Economía Agrícola en la UNAL Medellín, donde estudió dos años: 1985 y 1986. Se retiró para dedicarse a su pregrado soñado, pues luego de insistir logró pasar a la carrera y regresar a la institución de educación superior del departamento. Estando allá comenzaron a darse los hechos de asesinatos de estudiantes y profesores. Uno de los casos más conocidos fue el del docente y reconocido salubrista público Héctor Abad Gómez. Eso lo marcó, no se sintió bien con la situación y renunció a su sueño de ser médico, en 1988.

    Más tarde, en 1991, volvió a su alma mater para estudiar sociología. En ese pregrado se sintió, como dice él, en su salsa: “La explicación de mi vocación tiene que ver con lo que viví entre el 77 y el 91, una preocupación, un interés y una atracción muy grande por la política y la violencia política”.

    Formalmente, el accionar para la búsqueda de respuestas y de la comprensión de la realidad, comenzó en 1995 como asesor en la Corporación Conciudadanía en un proceso de formación de la Asociación de Mujeres de Itagüí. Allí empezó el trabajo en las organizaciones no gubernamentales (ONG), que han constituido gran parte de su ejercicio profesional, el cual ha desarrollado también en la Corporación Región. El trabajo por los derechos humanos es su base y su foco, lo ha hecho también desde la Personería de Medellín.

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    En 1997 Max Yuri ganó una beca para estudiar en España una maestría en Historia de América Latina en la Universidad Internacional de Andalucía, pero no realizó la tesis. Y en el 2000 regresó a ese país para estudiar un doctorado en Derechos Humanos y Desarrollo en la Universidad Pablo de Olavide. Hizo el primer año y cuando iba a continuar el segundo, impusieron la visa y no se la otorgaron.

    “Una anécdota graciosa de la vida es que mi proyecto doctoral con el que me presenté era sobre comisiones de la verdad en el mundo y lecciones para Colombia. Casi 18 años después terminé trabajando en ella casi por cuatro años”, afirma.

    En el 2005 hizo una maestría en Ciencia Política en la Universidad de Antioquia. La investigación de entonces tuvo que ver con el paramilitarismo en Medellín. De aquella experiencia académica lo que más recuerda son las clases con María Teresa Uribe, las cuales “eran una aventura del conocimiento”, dice, y le sirvieron para orientarse como profesional, pero también en la dirección de ser una buena persona. “Era una intelectual muy solvente y un referente ético. Es de lo más valioso que me ha pasado”, añade.

    Luego, en 2015, obtuvo una beca de Colciencias para realizar el doctorado en Ciencias Humanas y Sociales en la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas (FCHE) de la UNAL Medellín. Su tema de trabajo fue la guerra sucia en la ciudad, que concierne a la violencia política entre 1985 y 2002. “Eso de alguna manera era un ajuste de cuentas de lo que ha sido mi propia historia, porque hablaba de cosas que había vivido como universitario y defensor de derechos humanos”, menciona.

    Fue para él un proyecto vital, que además fue reconocido con la máxima calificación y distinción: fue laureada. Su director de tesis y amigo, el profesor Óscar Almario García, de la FCHE, menciona que desde muy temprano “supimos de sus cualidades intelectuales y personales (de Max Yuri)”, y su sentimiento es que la Universidad ganó “un excelente estudiante” y ahora también un magnífico docente.

    En los espacios que compartieron escaparon en ocasiones de la formalidad académica y, como menciona el profesor, “pude gozar de la confianza que se necesita para conversar temas espinosos, Ahí pude captar la enorme sensibilidad social y humana que tiene, y el compromiso con modificar problemas estructurales de la violencia política”.

    También supo de lo disciplinado que es no solo para sacar adelante un estudio de este tipo, sino para emprender con éxito proyectos investigativos, aunque eso le signifique “contrariar la tendencia a tener una vida más tranquila, lúdica, más amable, y también a su familia, para dedicarse años a un ejercicio y a asumir retos profesionales”, cuenta.

    La anécdota que más recuerda es cuando Max Yuri le dijo que estaba pensando en si aceptaba hacer parte de la Comisión de la Verdad, y entendía como ciudadano la importancia de eso y del aporte que podía hacer, pero como director del trabajo de investigación que estaba por concluirse, la preocupación era que su energía, vitalidad y dedicación se trasladara exclusivamente a esa labor. “Firmamos una especie de pacto para que la tesis avanzara”, dice y se ríe. Le cumplió. 

    A Max Yuri la academia lo ha atrapado, ha fungido como estudiante y como profesor en la Universidad de Antioquia. “Es muy académico para ser activista, y muy activista para ser académico”, dice de él su amiga y colega, Marta Villa, ex coordinadora de la Comisión de la Verdad en Antioquia.

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    “Yo soñaba con trabajar en la Comisión, no tenía expectativa porque estaba dedicado al doctorado. Recibí una llamada de un comisionado que no conocía: Alejandro Valencia Villa, encargado de Antioquia y el Eje Cafetero, tuvimos una entrevista con el padre Francisco (De Roux) y al final me dijeron: ‘listo hermano, usted es la persona’. Yo no lo podía creer (risas)”.

    Para él, fue una escuela total y ejerció el trabajo que seguramente cualquier persona que se mueva en el mundo de la defensa de los derechos humanos quisiera tener. Lo cree un verdadero privilegio.

    “Yo siempre había estado como profesor e investigador trabajando temas de derechos humanos, había escuchado muchos relatos de víctimas, pero era la primera vez que me enfrentaba al de los responsables. Escuché a integrantes de la Fuerza Pública, a paramilitares, guerrilleros. Eso a mí me impactó mucho y provocó una transformación en mi forma de entender las cosas. Esto era como decía María Teresa Uribe, escuchar las razones del lobo, no para justificar sino para comprender”

    Max Yuri vivió la coyuntura de la violencia en Medellín en los años 80, conoció a Jesús María Valle, Gustavo Marulanda y al profesor Hernán Henao, quienes fueron asesinados, y a Jairo Bedoya, asesor de la Organización Indígena de Antioquia (OIA), desaparecido forzosamente. Lamenta los casos, le generan “un impacto emocional profundo”, conoce la realidad del país, le duele, y por eso mismo dice sentirse muy bien porque nunca lo han amenazado.

    Una de las cosas que le resultan más terribles son la normalización de los ciclos de violencia, la banalización, el hecho de culpabilizar a las víctimas o de estigmatizarlas, o que se generen sesgos sobre las formas de violencia y las responsabilidades. Para él, combinar la investigación y la acción “refuerza que es posible cambiar y vivir de otra manera”.

    En un contexto convulso y complejo como el colombiano, tiene espacio para la ilusión: “me quedan rezagos de mi pasión frustrada por la Medicina y creo que investigar y contribuir a salir de las violencias crónicas de este país es como trabajar en una sala de urgencias. Recibís pacientes y se te pueden morir muchos, pero aquellos que salvás son la esperanza”.

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    Max Yuri es conciliador, y eso le ha permitido ser una persona muy apreciada y querida, según Marta, porque es solidario y buen amigo, abrazador y amoroso, que anima a las personas a desplegar sus capacidades e inspirador con su saber. Pero también dice de él que es aficionado al fútbol, mal bailarín, y “aguafiestas porque a las 9:00 p.m. se acuesta (risas)”.

    La amistad de Max Yuri con Óscar Jaime Restrepo Baena, profesor del Departamento de Materiales y Minerales de la Facultad de Minas de la UNAL Medellín, lleva más de 30 años. de él dice que es una persona muy humana, y que seguramente por eso se decidió por la sociología; “Está muy pendiente de su entorno y de lo que pasa a su alrededor. Se ha encargado de construir relaciones basadas en la cercanía, y es bastante inquieto y curioso. Es una persona que escucha”. A ambos, además de la vida universitaria, los acercó la tertulia sobre cine, música, literatura y España, donde coincidieron en algún momento con sus familias.

    En las palabras de Max Yuri es un convencido de los derechos humanos, de la importancia de la garantía de las libertades, de la equidad, la justicia, frente a muchos poderes autoritarios que hay en la sociedad: de grupos armados, del totalitarismo que genera el machismo o el racismo y de las lógicas de discriminación.

    La sociedad, cree, puede mejorar “cuando tengamos introyectado de manera más plena una convicción absoluta de la defensa de los derechos humanos independientemente de quiénes sean las víctimas y los victimarios”.

    Conciliador y generoso. Max Yuri es el hombre de los nombres de físico y cosmonauta, el que recuerda su vida como si fueran episodios fechados con exactitud. Aquel que hizo parte de los movimientos estudiantiles de la UNAL Medellín y de la Universidad de Antioquia y al que la academia lo ha atravesado como estudiante y docente. Un hombre familiar, que disfruta comer y viajar con su hijo y su esposa. Poco fiestero y nada trasnochador, que hace deporte a diario y se pierde leyendo literatura. Es, sobre todo, el que ama y se siente amado, y no queda duda de que lo es.

    (FIN/KGG)

    3 de octubre de 2022