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La profesora de la Escuela de Construcción de la Facultad de Arquitectura de la UNAL Medellín ha dedicado su curiosidad y sus conocimientos a indagar por los valores tangibles e intangibles de bienes y del territorio, lo que para ella no es un asunto que corresponde al pasado sino, más bien, al futuro. Es afable en las relaciones sociales y rigurosa en las aulas. Hay quienes reconocen sus aportes y la celebran.

  • Gilda María Wolf Amaya es doctora en Gestión y Conservación del Patrimonio. Foto: Natalia Zuluaga S / Revista Bacánika. Tomada de bit.ly/3o1o9Ja.

    Gilda María Wolf Amaya es doctora en Gestión y Conservación del Patrimonio. Foto: Natalia Zuluaga S / Revista Bacánika. Tomada de bit.ly/3o1o9Ja.

  • Construyó su casa con técnicas sostenibles. Foto: cortesía Gilda María Wolf Amaya.

    Construyó su casa con técnicas sostenibles. Foto: cortesía Gilda María Wolf Amaya.

  • Su objeto más preciado es un cuadro que pintó una de sus hijas cuando era niña. Foto: cortesía Gilda María Wolf Amaya.

    Su objeto más preciado es un cuadro que pintó una de sus hijas cuando era niña. Foto: cortesía Gilda María Wolf Amaya.

  • La profesora encuentra en sus amigos un “capital de afectos”. Foto: cortesía Berta Lucía Posada Gaviria.

    La profesora encuentra en sus amigos un “capital de afectos”. Foto: cortesía Berta Lucía Posada Gaviria.

    El Alzheimer y el desplazamiento son los peores males que un ser humano puede enfrentar. Uno es la pérdida de los recuerdos de sí mismo, y el otro, el de los colectiva. Ambos universos configuran y dan valor al patrimonio: un compendio de memorias que nos antecede, lo que es incluso el ADN. 

    Así lo considera ella, a quien el concepto de patrimonio la ha atravesado tanto a nivel personal como profesional, incluso sin buscarlo. Lo ha construido sin intención y a punta de las historias que le han narrado, desde que era niña, acerca de épocas y de vivencias relacionadas con su ciudad natal: Medellín.

    Escuchó historias de aventura de sus ancestros, ya que sus abuelos Peter Wolf y, Eugenia Slawisky llegaron de Prusia a Barranquilla después de la Primera Guerra Mundial, porque a él lo invitaron los fundadores de la Sociedad Colombo-Alemana de Transporte Aéreo para construir los hangares. Los cuentos que escuchaba no eran de ficción, como en la literatura, sino de personajes reales, y eso le parecía fascinante.

    No se sabe si las historias buscaron a Gilda o al revés, el caso es que siempre la han rodeado y la han conducido a grandes alegrías y amistades como la que hizo con doña Pepa Santamaría, la abuela de las Jaramillo, vecinas de su infancia y compañeras de colegio. 

    Gilda tenía ocho años cuando salía del apartamento en el que vivía con sus padres, supuestamente para jugar con ellas, pero ni tareas, ni juego, ni atención a las niñas; sus oídos y actitud las disponía para escuchar a su amiga de 80 años, quien mientras hilvanaba recuerdos y palabras prendía un cigarrillo Pielroja con otro y, para fumar, usaba una boquilla que se ponía en un dedo para no ensuciarse las manos.

    “Yo era la que le paraba bolas, estaba absolutamente fascinada. Tenía una biblioteca maravillosa, llena de textos de todo tipo, incluso las Leyes de Indias, un libro antiquísimo, (de 1680). Era una atmósfera muy plácida, un universo mágico”, rememora. 

    Gilda no solo conserva tan intacto el cariño por doña Pepa, sino también algunas lámparas de ella y un mueble que lucían espectaculares en la bella casa de las Jaramillo, de tres patios y hecha en tapia, y que hoy adornan su hogar. Eso es el patrimonio, mantener vivos los recuerdos de lo que fue y sigue siendo, y ante todo apreciarlos. 

    Por esa premisa, que tiene tan clara, fue que la sorprendió alguna vez la percepción generalizada sobre casas como las del Barrio Prado, una visión de casa-lote, de interés exclusivo en las áreas amplias como sitios disponibles para construir, y “no en la espacialidad que tenían ni en el manejo manual que requerían las florituras con las que se adornaron”, dice.

    Como investigadora, cuenta que “desmontar esa idea fue un trabajo bastante complicado, porque la gente no valora nada que tenga que ver con lo viejo. Lo único que se valora viejo es la mamá”, complementa y suelta una carcajada, porque la risa está siempre mientras habla, sus ojos, la mayoría de las veces, se ven achinados por cuenta de la sonrisa que dibuja en su rostro.

    ***

    Gilda tenía dos cosas claras en su adolescencia: lo que le gustaba, que eran las artes en general, y lo que no: la química, asignatura con la que “no podía en el colegio”, como ella misma lo dice. Estudió arquitectura. Su historia no se trató de tener un destino marcado. Y ella no cree en eso; por lo contrario, está convencida de que “uno termina amando lo que conoce”. 

    Sin embargo, sí hubo pistas de que sería profesora. De hecho, lo pensó durante el bachillerato y hay una anécdota especial. Cuando tenía 15 años le enseñó a leer y a escribir a María, la señora que ayudaba con los oficios en la casa de sus padres. “Recuerdo con mucho afecto un día que llegué y ella me estaba esperando. Me dijo: niña, hoy firmé un telegrama. Por primera vez en su vida puso su nombre en alguna parte. Eso para mí era como mágico, siempre me ha entusiasmado”, manifiesta. 

    En la UNAL Medellín Gilda fue estudiante universitaria, monitora y en 1980 se convirtió en instructora, el primer escalafón de la docencia. Recuerda que se lo propuso Fernando Orozco, su mentor en el tema de patrimonio. Así empezó, formalmente, a explorar ese camino como profesora. 

    Uno de los trabajos de investigación que más valora fue el que realizó en 1997 en el Corazón de Jesús, mejor conocido como Barrio Triste, luego de la realización de un documental y un trabajo de la Secretaría de Cultura, sobre el sitio, en 1996, representantes de la Fundación Coraje la buscaron en su oficina para que desde la academia los ayudara a intervenir a fin de continuar transformando la imagen de la zona.

    Realizó encuentros con la comunidad. El objetivo fue levantar información que permitiera reordenar el territorio y mejorar el aspecto del barrio, caracterizado por ser zona de talleres. En ese entonces Gilda no sabía que lo que estaba haciendo tenía un nombre técnico, se denomina plan parcial, y fue algo que continuó trabajando después en otros sitios de la ciudad.

    Como profesora, insta a sus estudiantes a reconocer los patrimonios en sus propios entornos, porque cree y enseña que es posible comprenderlos desde lo actual. “Su perspectiva no es que se trata de algo lindo, que hay que visitar, que es externo o excéntrico, sino que es también un modo de vivir en un contexto determinado”, cuenta Pablo López Garnica, arquitecto, actual docente del Centro de Educación Continua y Permanente de la UNAL Medellín y exalumno de Gilda.

    Ella se ha dotado de humildad y de generosidad incalculable para recibir y compartir el conocimiento. “Ha sido de cierta horizontalidad, nunca trata mejor a un doctor que a un estudiante de primer semestre, sino que los pone como iguales y fomenta la investigación entre ellos”, añade.

    ***

    Gilda tiene como característica, además, una “rebeldía serena e imperturbable” por las buenas causas, lo justo “y por la dignidad”, comenta Pablo. Y tal vez por eso le ha interesado vislumbrar y advertir sobre daños que pueden traer megaproyectos que únicamente anuncian beneficios para las comunidades. Esa particular y noble beligerancia la “aplica tanto a lo profesional como a lo personal para ponerse del lado de los afectados”, complementa su exestudiante, para quien la docente goza, sobre todo, de un gran humanismo.

    Desde el primer momento en que estableció contacto con ella, en 2007, su ahora amiga Berta Lucía Posada Gaviria, supo “de la generosidad y la pasión por el tema que maneja”, dice. 

    Se conocieron porque Berta Lucía buscaba datos para realizar un trabajo relacionado con del Teatro del Águila Descalza, ubicado en Prado, y la profesora había realizado un plan parcial para ese barrio. “Me dijo: claro, con mucho gusto. Me sacó todo el material, me mostró unas fichas, una cantidad, y me dio pistas sobre los primeros dueños y la historia”, cuenta.

    Aunque el patrimonio las unió en primera instancia, también lo hizo la música después. Berta Lucía fue cantante profesional y es profesora de esa disciplina en una universidad. Cuando comparten tiempo escuchan música cubana y brasileña, sobre todo, pero siempre llega un momento en el que Gilda le pide que cante, porque le gusta mucho escucharla. Y es que, como le dijeron alguna vez, no se pierde un concierto de pitos.

    La docente Gilda asegura que ha cultivado “un capital de amigos, de afectos, de gente sensible. He sido muy afortunada en tener, realmente, amigos del alma, que es una cosa que también se construye”. 

    A ella la reconocen por inquieta y acogedora, tanto que sus hijas le dicen la mamá oso, por lo amorosa que es. Y de eso hay pruebas infalibles, pues cuenta que ellas: Daniela, Alejandra y Marcelina, son sus mejores proyectos. 

    Para la profesora Gilda, en los barrios llamados piratas, aquellos en los que personas se asientan aun cuando estos están sin urbanizar, sin vías, sin escuelas, es donde se configuran comunidades en torno al proceso de construirlos, y entonces es cuando se da un asunto identitario. El problema de las nuevas formas de habitar en conjuntos habitacionales, expresa, es que no hay ningún proyecto colectivo, “cada vez individualizan más a la persona que, entonces, se siente sin raíces, que es lo que da el patrimonio”.

    Al recordar cuánto tiempo lleva en la UNAL Medellín la profesora Gilda dice, con sentido de humor, que ya es un patrimonio vivo, y se ríe, pero aunque le parezca broma, tiene razón, porque ella es raíz para quienes la quieren y acompañan en otro proyecto que se goza sin límite: el de vivir. 

    (FIN/KGG)

    24 de septiembre del 2021