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A los 11 años Jorge Alberto Naranjo Mesa intentó escribir su primera novela. El 7 de marzo de 2019, poco después de conmemorar siete décadas de vida, se despidió de una existencia que siempre reconoció finita; para entonces, ya había publicado más de 300 artículos y más de 25 libros que alcanzaron resonancia nacional e internacional, eso sin contar la cantidad de tesis de grado que dirigió y las numerosas conferencias que ofreció en espacios públicos de Medellín.

  • Jorge Alberto Naranjo Mesa estudió Ingeniería Civil en la U.N. y recibió el Doctorado Honoris Causa en Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma Latinoamericana.

    Jorge Alberto Naranjo Mesa estudió Ingeniería Civil en la U.N. y recibió el Doctorado Honoris Causa en Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma Latinoamericana.

  • Falleció el 7 de marzo de 2019, poco después de conmemorar siete décadas de vida.

    Falleció el 7 de marzo de 2019, poco después de conmemorar siete décadas de vida.

  • De la misma manera en que se interesó por las ciencias básicas, concentró su quehacer intelectual en el arte y la filosofía.

    De la misma manera en que se interesó por las ciencias básicas, concentró su quehacer intelectual en el arte y la filosofía.

    Jorge Alberto Naranjo Mesa nació en el seno de una familia de intelectuales el 28 de febrero de 1949. De su padre, quien desde muy pequeño le leía textos de historia y literatura clásica, y de algunos de sus tíos maternos, recibió la que sería, tal vez, una de sus más grandes herencias espirituales: la pasión por el conocimiento y el deseo de divulgar y entusiasmar a otros con él, como una manera de “saldar la deuda contraída por haberlo recibido”, así lo afirmó en varias oportunidades.

    Estudió Ingeniería Civil en la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín, pero no terminó la carrera; su único título universitario fue el Doctorado Honoris Causa en Ciencias Sociales, que le otorgó la Universidad Autónoma Latinoamericana en el año 1987. Aun así, consagró su vida a la actividad académica, creativa y a la difusión del conocimiento.

    “Jorge Alberto se entregó a la vida universitaria; siendo aún estudiante de ingeniería empezó a trabajar en condición de experto en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional de Colombia. Allí lo conocí: yo estudiaba Ingeniería Civil y él fue mi profesor de Física II”, rememora el profesor José Fernando Jiménez, quien fuera su amigo íntimo durante 37 años.

    De la misma manera en que se interesó por las ciencias básicas, concentró su quehacer intelectual en el arte y la filosofía. Llegó a ser profesor de Antropología, de Historia de Colombia, de Psicoanálisis, de Historia Universal, de Literatura… en diferentes universidades de la ciudad. “Las humanidades me permitían descansar de las físicas, las matemáticas, las químicas y viceversa, entonces era muy fácil trabajar las dos áreas a la vez”, comentaba de manera jocosa pero consciente.

    En efecto, él, como pocos, abarcó diversos campos del conocimiento. “Jorge Alberto fue un científico, un técnico y un humanista, uno de esos seres tan poco comunes en nuestro espectro, pero tan necesarios”, afirma la profesora pensionada Martha Elena Bravo, quien compara su aporte intelectual con el de personajes del talante del maestro Pedro Nel Gómez.
    Con la profesora Bravo, y otros intelectuales de la ciudad, trabajó arduamente para sacar a flote la Revista de Extensión Cultural de la U.N. Sede Medellín.

    Un inspirador

    Uno de los últimos trabajos de grado que dirigió, en 2002, fue el de la profesora Diana María López Ochoa, entonces estudiante de Ingeniería Mecánica. “No recuerdo cómo terminé pidiéndole a Jorge que fuera mi director. En cambio, sí recuerdo que yo vivía enamorada de su clase de Mecánica de Fluidos”. Con cariño y entusiasmo también hace memoria de esos primeros encuentros con su director de tesis, en los que él le decía que ella tenía “una enorme capacidad para quitarle la música a los textos”. Cosa que le agradece, pues reconoce que gracias a esos encuentros tiene hoy mayor consciencia de aspectos como el ritmo de la escritura o el objetivo de la comunicación.

    Sus clases, dice la profesora, “eran absolutamente apasionantes. Jorge Alberto era un encantador de serpientes y así como te hablaba de lo técnico, proponía profundas reflexiones históricas en torno a cómo se llegó a una solución pasando por los problemas o preocupaciones de la época. Con él había siempre un ir y venir entre lo técnico, el arte y la filosofía, que era como un baile porque sucedía sin que te dieras cuenta. Eso para mí resultaba muy inspirador”.

    Para el profesor José Fernando Jiménez, a quien también le dirigió su trabajo de grado y la tesis de maestría, y con quien compartió largas horas de conversación y de trabajo, la mayor virtud de Jorge Alberto como maestro era que “no definía límites internos o externos al conocimiento, sino fronteras móviles, porosas o invisibles. Te movías y, de pronto, cruzabas umbrales. Eran experiencias únicas”.

    Melancólico, melómano y con un sentido del humor excepcional

    La melancolía, llegó a afirmar Jorge Alberto, fue “una enfermedad que lo acompañó incluso desde niño”. Tal vez gracias a ella reafirmó su gran energía vital y su disposición siempre orientada a “hacer cosas”, así lo hace notar el profesor Jiménez.

    “Recuerdo una frase de Spinoza, una especie de buen consejo para todos: ‘cuanto más se obra, tanto menos se padece’. Y Jorge Alberto actuaba en consecuencia, pues nunca paraba de trabajar. De modo que en el camino encontró esa fórmula maravillosa de Deleuze y Guattari, el concepto de las máquinas deseantes: los seres vivos vistos como máquinas que producen, producción de producción. El cosmos mismo convertido en una gran hornilla de producción delirante. ¡Esa fue también su fórmula!”.

    Amante insaciable de la música del periodo barroco y clásico, encontró en Mozart y Bach, con predilección, aunque su gusto era extenso, no solo un elemento tranquilizador sino también y, sobre todo, la compañía favorable para la creación cuando las palabras le eran más difíciles o ajenas.

    “El barroco es el arte de desplegar lo plegado y cuando Jorge Alberto escribía lo hacía como si fuera desplegando un lienzo. La música le ayudaba a crear ese ambiente favorable para expresar lo inefable”, sostiene al respecto el profesor Jiménez.

    Disciplinado, riguroso, estimulante, dueño de una inteligencia brillante que cultivó desde niño hasta sus últimos días y que le permitió moverse con propiedad en un caleidoscopio de saberes, Jorge Alberto Naranjo Mesa entablaba con los suyos conversaciones agradables, cercanas, profundas, retadoras intelectualmente y salpicadas de un humor ácido y lúcido que llevaban a su interlocutor a abrir y explorar sendas insospechadas del conocimiento.

    “No era un maestro común y corriente”

    “Después de una conversación con Jorge Alberto uno salía curioso, con ganas de comerse el mundo, de aprender muchas cosas y de intentar, al menos, llegar a hilar un par de ideas con la sutileza y simplicidad con que él lo lograba”, comenta la profesora Diana López.

    La pasión con la que encaraba la vida, más esa voz pausada, tranquila y que arropa, permitió que en su quehacer de maestro fuera más allá del mero proceso de comunicar el saber: lograba entusiasmar al otro en la búsqueda y construcción de conocimiento.

    “Él les entregó mucho a sus estudiantes y logró establecer con ellos un diálogo más allá del hombre sabio o erudito en tanto llevaba a sus discípulos a dar lo máximo de cada uno. Jorge Alberto no era un maestro común y corriente, él tenía el aura de quien logra que el otro despliegue sus capacidades intelectuales, creativas y de investigación. Fue generoso y estimulante con el otro”, destaca la profesora Martha Elena Bravo.

    En 70 años de vida Jorge Alberto Naranjo Mesa nunca se dejó encasillar, y lamentaba profundamente que la universidad hubiera caído en la trampa de la educación compartimentada. La filosofía, el arte y la ciencia, esas tres grandes vertientes del pensamiento, lo movieron siempre a aprender y, en la misma medida, a entregar. Su trabajo, concluye el profesor Jiménez, “fue liberador para muchos de nosotros. Nos ayudó a superar la lamentable estrechez cultural en la que siguen mayormente atrapados el espíritu paisa y colombiano. Él fue un contemporáneo auténtico que nos retó a vivir el mundo con sentido ético e intensidad”.

    (FIN/CST)

    18 de marzo del 2019